Inefable

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Que no se puede explicar con palabras

Dolor. 

Es lo primero que experimenta Gustabo cuando logra recuperar la conciencia. No recuerda con exactitud lo que pasó. Imágenes borrosas vienen a su mente. Ve a Conway, vestido con alguna especie de ropa militar, al fondo una puerta de madera con extraños tallados. Las paredes son blancas aunque algo viejas. Conway intenta hablarle, pero no logra escucharlo. También ve a Horacio, pero su mirada es diferente, se siente vacía, tan fría. Horacio está apuntando con un arma. ¿Por qué?

Sale de sus pensamientos cuando el dolor nuevamente recorre su cuerpo. Se siente caliente, como si estuviera siendo consumido por el fuego de la confusión y el miedo. Un par de manos ajenas recorren su cuerpo, parece ser un doctor, o quizás varios. Siente la presión de sus dedos sobre su piel, la frialdad de sus instrumentos médicos contrasta con el calor que parece emanar de su propio cuerpo herido.

Gustabo trata de comprender lo que está sucediendo, pero su mente es un torbellino de sensaciones. El miedo se mezcla con la confusión, la incertidumbre se enreda con el dolor. Intenta recordar cómo llegó a este lugar, qué fue lo que desencadenó esta pesadilla, pero las respuestas se escapan entre sus dedos como agua corriendo por un río desbordado.

El rostro de Conway se acerca, sus labios se mueven en un intento de comunicación, pero las palabras se pierden en el tumulto ensordecedor que habita en la mente de Gustavo. La desesperación se refleja en los ojos de Conway, una sombra de angustia que parece ser compartida por todos los presentes en esa extraña habitación blanca.

Y entonces, la vista se desvanece, el dolor se vuelve una mera pulsación en el fondo de su ser. Queda atrapado en un remolino de oscuridad, donde los recuerdos se desdibujan y las emociones se desvanecen en la distancia. Gustavo se sumerge en un mar de incertidumbre, navegando a la deriva en busca de respuestas que parecen esquivar su alcance.

La única certeza que le queda es la sensación de que algo terrible ha ocurrido, algo que amenaza con desgarrar el tejido mismo de su existencia.

Gustabo siente el tacto áspero de las manos de los doctores mientras lo examinan, pero no es solo la textura de sus guantes lo que le provoca incomodidad, es la sensación de hostilidad que emana de ellos. Cada movimiento parece ser ejecutado con una frialdad calculada, como si estuvieran realizando un deber impuesto más que tratando a un paciente necesitado. Los ojos azules de Gustavo recorren la habitación en busca de alguna señal de humanidad entre tanto caos médico, pero lo que encuentra son miradas vacías, desprovistas de empatía o compasión.

Los doctores hablan entre ellos en un murmullo indescifrable, intercambiando palabras técnicas que suenan ajenas a los oídos de Gustavo. No hay consuelo en sus voces, solo el eco de una rutina deshumanizante que parece envolverlos a todos en una neblina de apatía.

Gustabo se siente como si estuviera siendo castigado por algo que no puede entender. Cada toque, cada examen, parece ser una forma de penalización por algo que él no recuerda haber hecho. La sensación de ser un prisionero en su propia piel se intensifica con cada mirada indiferente que recibe por parte de los médicos.

Su mente divaga, buscando una explicación, una razón para el trato despectivo que está recibiendo. ¿Acaso es culpa suya estar en esta situación? ¿Ha cometido algún error que justifique este castigo silencioso que los doctores parecen estar infligiéndole?

Pero no encuentra respuestas, solo el eco sordo de sus propios pensamientos mientras se sumerge más y más en la oscuridad de la incertidumbre. Las miradas violentas de los doctores le recuerdan que está solo en este laberinto de dolor y confusión, abandonado a su suerte en un mundo que parece haberse vuelto en su contra.

Acendrado - Oneshots rebornplayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora