Ataraxia

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Imperturbabilidad, serenidad

El zumbido constante de las máquinas del hospital llenaba el aire, creando una cacofonía que parecía ahogar cualquier otro sonido. Reborn estaba parado en el umbral de la habitación, su mirada fija en el joven acostado en la cama. Auron, su novio, parecía más frágil que nunca, su cabello ligeramente más largo por el tiempo que había pasado allí. Estaba conectado a una maraña de cables y tubos, algunos de los cuales ni siquiera podía identificar para qué servían.

El corazón de Reborn se sentía como si estuviera siendo aplastado por el peso de la desesperación. Le habían dicho que Auron no tenía más esperanzas, que el cáncer que lo consumía había avanzado demasiado, que ya no quedaba nada por hacer más que esperar el inevitable desenlace. Pero eso no hacía más fácil aceptarlo.

Se acercó lentamente a la cama, sus pasos apenas audibles sobre el suelo pulido del hospital. Observó cada uno de los detalles del rostro de Auron: los labios pálidos, la piel marcada por la enfermedad, los ojos cerrados con la apariencia de un sueño sin fin.

Reborn se cubrió la cara con una mano temblorosa, en un vago intento de contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. La sensación de impotencia lo envolvía como una manta, sofocándolo, haciéndolo sentir como si estuviera atrapado en un sueño terrible del que no podía despertar.

Recordó los días antes de que todo esto comenzara, cuando Auron era solo un joven universitario lleno de vida y energía. Recordó cómo se habían conocido, cómo se habían enamorado, cómo habían planeado un futuro juntos. Y ahora, todo eso parecía tan lejano, tan irreal, como si perteneciera a otra vida.

El sonido del monitor cardíaco era como un eco constante de la fragilidad de la vida, recordándole a Reborn lo frágil que era todo, lo efímero que podía ser el amor y la felicidad. Se preguntaba si había algo que pudiera hacer, algo que pudiera cambiar el destino que parecía estar sellado de antemano.

Pero en el fondo de su corazón, sabía la verdad. Sabía que no importaba cuánto deseaba que las cosas fueran diferentes, no importaba cuánto luchara, no podía cambiar lo inevitable. Y eso era lo que lo destrozaba más que nada.

Con un suspiro pesado, Reborn se dejó caer en una silla junto a la cama, su mirada aún clavada en el rostro pálido de Auron. Sabía que no podía quedarse allí para siempre, que eventualmente tendría que enfrentar la realidad que tanto temía.

Los ojos de Auron parpadearon lentamente, ajustándose a la luz de la habitación poco a poco. Una sensación de pesadez lo envolvía, pero al mismo tiempo, una ligera expectativa se apoderaba de él al darse cuenta de que estaba despertando una vez más en aquel lugar sombrío.

Una vez que sus ojos estuvieron completamente abiertos, su mirada se dirigió instintivamente hacia la silla junto a su cama. Allí estaba Reborn, como siempre, con la mirada llena de preocupación y amor, como un faro en medio de la oscuridad. "¿Cuánto tiempo llevas aquí, acosador?" bromeó Auron ligeramente, su voz aún ronca por el sueño recién interrumpido.

Reborn no pudo evitar sonreír ante el comentario de su amado. Era un destello de la persona que solía ser Auron antes de que la enfermedad lo consumiera. "No mucho", respondió Reborn con un suspiro, dejando la bolsa de comida en la mesita junto a la cama. "Fui a conseguir algo de comer", añadió, señalando la bolsa en su mano.

Auron arqueó una ceja con sorpresa. "¿Te dejaron pasar con eso?" preguntó, sintiendo un destello de asombro en su voz.

"No, pero me sudó toda la polla", respondió Reborn con una sonrisa traviesa, tratando de aligerar el ambiente con un toque de humor irreverente.

Acendrado - Oneshots rebornplayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora