Una vida juntos

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Había pasado un año desde que Franco y Sarita habían logrado estar finalmente casados.
Su primer aniversario de bodas para ser exactos.
Sara deseaba que todo fuese más simple sin tantas complicaciones, ella sólo deseaba estar felizmente casada con el hombre de sus sueños, con aquel hombre de ojos penetrantes que amaba con locura.
Por el contrario, Franco deseaba que todo San Marcos se enterase que aquella mujer trabajadora, hermosa, con la sonrisa más encantadora y con el carácter más endemoniado sería su mujer.

Finalmente llegaron a un acuerdo, la boda lo celebrarían a lo grande como Dios manda, mientras que la unión civil sería un poco más íntima, pero no por eso significaba que sería menos romántica.
Cada uno habló refiriéndose al otro con sus respectivos votos.
Sentían que cada palabra que salía desde el fondo de su ser los hacía enamorar un poco más. Sentían que el amor del mundo entero pasaba por encima de ellos.

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Una vez solos en aquella habitación con paredes nude y un ventanal que ofrecía la vista perfecta de las olas al golpear con pasividad las orillas del imponente mar.
Se miraron sin mediar una sola palabra, se conocían tan bien hasta el punto de adivinar qué pensaba el otro sin necesidad de emitir un sólo sonido.
Se echaron a llorar, habían pasado tantas cosas para que finalmente pudieran estar así, recordar todos los momentos tristes, pensar en lo irreal que seguía pareciendo su matrimonio hacía que un sentimiento indescriptible invadiera en su ser.
Acortaron las distancias con una abrazo consolador.
Soñaron tantas veces con el “Sí, Acepto" como también sentían aquel pánico instaurado en el fondo de su corazón después de ser violentados en algunas ocasiones por sus verdugos. Más nadie pudo lograr aquel objetivo, el de separarlos para siempre.
Verse ahí, juntos y solos, unidos para siempre hacían que de sus ojos brotasen un líquido transparente imposible de contener.
Sus corazones latiendo al compás, sintiendo como cada latido se hacía más intenso y fuerte.

Franco la estrechó con más fuerza entre sus brazos, deseando tener a esa mujer muy pegado a su cuerpo, la abrazo con un amor inmenso, con todo el amor que sólo ella lograba sacar de su ser. Se sentía tan feliz de tenerla ahí con él, al fin.
Mentiría si dijera que no soñaba con ese día, soñó tantas veces hasta que ese sueño se volvió realidad.
Ahora era real, Sarita… Su Sarita estaba ahí, podía tocarla, abrazarla, besarla, verla por las mañanas, tardes y noches sin necesidad de estar viéndose a escondidas como tantas veces lo hicieron en el pasado.

Franco estaba feliz y Sara lo sabía, lo veía en esos ojos oscuros que le transmitían amor y tranquilidad. Sonrió con ternura para luego acercarse lentamente a su boca, lo rozó con suavidad mientras remojaba sus labios rojos. Franco creyó volverse loco, Sara sabía lo que un simple roce podría despertar en su esposo.
Ver a su mujer mordiéndose ligeramente los labios lo excitaba muchísimo.

Luego de que Sara rozará los labios de Franco, éste la tomó de la cintura acercando su cuerpo un poco más al de él, Sara por su parte con una mano lo agarró del cuello y con la otra masajeo con ternura su mejilla, retrocedieron unos pasos hasta sentir que chocaban con una mesita de noche la cual contenía un pequeño florero que yacía en el suelo con pequeños cristales completamente desperdigados sobre la alfombra roja. Ambos se miraron fijamente a los ojos intentando contener una sonora carcajada.
Habían ocasionado un pequeño desastre en cuestión de segundos.

Sara se giró rápidamente y lo volvió a besar tomándolo esta vez por sorpresa.
Franco tardó una milésima de segundo en  tomar el ritmo.

Ella sabía lo excitante que era para su esposo esos pequeños arrebatos de su parte, lo sabía de sobremanera, la mujer podía sentir la excitación del hombre con cada caricia, con cada beso, con cada empuje de su lengua hacia su boca.

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