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El inspector estaba apoyado en una esquina de aquel espantoso edificio de las afueras, esperando,... Ella tendría que salir en algún momento. Según los vecinos a los que había preguntado, salía de casa todos los días hacia las cinco de la tarde, y no volvía hasta bien entrada la noche, lo que hacia durante ese tiempo era un misterio. Pero aquel día se ve que se había retrasado, pues ya eran las cinco y media y seguía sin aparecer por allí.

Se ajustó las gafas de aviador, le quedaban grandes, pero eran las únicas que tapaban por completo aquella estúpida cicatriz... seguía sin saber que hacía allí, debería de estar en comisaría revisando toda la información que tenía,no en un barrio pobre de Ceuta buscando a una chica que le pareció misteriosa. Pero al verla en aquella fiesta hubo algo que no le cuadró, era guapa e iba bien vestida, pero le faltaba elegancia, era demasiado practica como para ser de la alta sociedad de la ciudad. Pero aun así no tenia por que haber preguntado por ella hasta encontrar su dirección e informarse de sus horarios, quizá fuese un poco psicópata.

No,era la desesperación. Llevaba 5 meses investigando unos supuestos casos de corrupción en el ejercito y no había conseguido ninguna prueba sólida de que se estuviese blanqueando dinero en la ciudad, solo sospechosos elegidos por su instinto al ser amigos del coronel Fernandez, No había registros,no había informes, no había nada fuera de lo común, y ningún oficial parecía saber nada de lo que ocurría allí, aunque todos le dirigían la misma mirada de “no te metas en estos asuntos, es mejor no hacer preguntas”. Si Tomás tenía alguna esperanza para resolver el caso, esa estaba en la gente de la calle, en la gente que no le debía nada al ejercito pero que de alguna manera estaba relacionado con él, gente como Noa. Según le había dicho un camarero de la fiesta, el teniente López, el anfitrión, había librado a aquella chica de un par de líos con la policía a cambio de ciertos favores. No culpaba al pobre teniente de haber sucumbido a los encantos de aquella chica, no era la mujer más guapa de la sala, pero la envolvía un aire de misterio bastante atrayente, tenia una mirada arrogante y una media sonrisa que daba la impresión de burlarse de todos los presentes. Esa chica podía saber algo, tenía que saberlo, era su única esperanza.

No parecía que fuese a salir, eran las seis menos diez y por las ventanas de su piso no se detectaba ningún movimiento. Quizá estuviese muy cansada por la fiesta del domingo y ese día hubiese decidido no salir, total, quien sabe lo que hacía todas las tardes de la semana, puede que fuese un trabajo o simplemente salir con sus amigas a dar una vuelta. Según le había comentado una vecina del piso de abajo con ganas de cotillear, por las mañanas (excepto la de los lunes, que libraba) trabajaba en una tienda de cosméticos en un barrio del centro, y los sábados se pasaba allí todo el día. Aunque la mujer también le dijo que no debía ser aquella su única fuente de ingresos, porque muchas veces volvía a casa con una montaña de bolsas de ropa de las tiendas más caras de la ciudad, y salía de fiesta tanto sábados como domingos, aunque no supo decirle con quien salía ni adonde iba, ya que al parecer la chica era muy antipática y asocial, y se negaba a entablar conversación con ninguno de los vecinos.

Todo lo que sabía hasta el momento de ella era que se llamaba Noa (nadie fue capaz de darle un apellido, y en el buzón tampoco ponía el nombre), tenía unos 25 años, media uno setenta y pico, y llevaba su hermoso pelo negro alisado según la moda y con un flequillo de lado extremadamente largo, que le llegaba casi hasta el labio superior. Vivía en un barrio marginal de la ciudad, aunque por lo que demostraban sus hábitos, sus compañías y sus atuendos, tenía un nivel de vida bastante más alto del que aparentaba. Tenía unos horarios fijos que no solía alterar nunca, y no se relacionaba con nadie de su entorno. No era mucha información, pero la suficiente como para encontrarla y hacerle unas cuantas preguntas sobre el teniente López.

Eran las seis y cinco, Tomás decidió irse a un café cercano y vigilar desde allí. Se había vestido de calle, llevaba unos pantalones negros acampanados y una camisa blanca con dibujos étnicos grises, y una holgada cazadora blanca. Nadie habría dicho que era un policía, pero en aquellos barrios reconocían a cualquier agente con sólo mirarle, así que cuando entró en la pequeña cafetería todo el mundo se quedó mirándole fijamente con una mezcla de miedo y desconfianza. Algunos salieron del local rapidamente, como si no quisieran tener problemas con la ley, y todo el mundo se apartó a una distancia prudencial de él. Se sentó en una mess con vistas a la calle y el camarero, un hombre gordo con una camisa hawaiana amarilla medioabierta y grasienta, se acercó lentamente a él y le dijo de mal humor:

¿quiere algo, jefe?

Si, un café solo largo, por favor- contestó con naturalidad, como si no hubiese reparado en el tono del hombre- sin azúcar.

El camarero tardó diez minutos en llevarle el café,que estaba aguado y sabía de pena, como era de esperar en una cafetería como aquella. Eran las seis y veinte, esa chica no iba a salir, pero el inspector se resistió a volver a la comisaría con las manos vacías, Podía ir a su piso y llamar, pensó, pero entonces ella sabría que la había estado vigilando y se mostraría reacia a cooperar, lo mejor era seguirla hasta una cafetería o una tienda, y fingir un encuentro casual, un reencuentro después de la fiesta del día anterior, que luego se convertiría en una invitación a una copa, y en ese momento le contaría parte de sus intenciones, deseaba con todo su corazón que esa chica no sintiera ningún aprecio por el teniente y que no quisiera tener problemas con la policía. También pensó en ir a preguntar a más vecinos, pero no creía que estos pudiesen darle más información que la que ya tenía; o en dejarle una nota concertando una cita para el día siguiente, pero tampoco tenía la certeza de que fuese a aparecer, o de que no estuviese nerviosa porque él supiese donde vivía. En definitiva, o se quedaba allí esperando un par de horas más o volvía a la comisaría y repasaba las pistas.

Decidió hacer tiempo hasta las siete y luego volver dando un paseo hasta su casa, que quedaba a media hora de allí a buen paso. No dio terminado aquel asqueroso café, y apenas dio propina, con lo que el odio del maloliente camarero llegó a su limite y le pidió “amablemente” que dejase la mesa libre. Y, tras echar un último vistazo a la casa de aquella chica, se puso en marcha. Tardó casi el doble de lo previsto en llegar, pero aun así no eran ni las ocho cuando entró en el edificio, lo que sorprendió al portero, que raras veces le veía llegar antes de las once, con los ojos desorbitados de tanto repasar informes y un humor de perros tras descubrir que seguía estancado en el mismo sitio. Subió por las escaleras corriendo para despejarse un poco, y mientras lo hacía decidió que al dia siguiente por la mañana iría a buscar a esa chica, y la seguiría hasta su trabajo. Si quería llegar a su casa antes de las siete y media de la mañana, que es cuando solía salir (o eso decía la vecina cotilla), él tendría que levantarse a las cinco, cosa que no le hacía mucha ilusión, nunca le había gustado madrugar, era una de las cosas que más detestaba en el mundo, por eso le gustaba su trabajo,mientras lo hicieses, daba igual a que hora llegaras a la oficina.

Una vez en su casa, llamó por teléfono a la comisaría para decirles que iría por la tarde, que no se preocupasen por su ausencia; se duchó,y cenó en el salón con el televisor como única compañía. Tenía 35 años, debería plantearse formar una familia, pero era incapaz, vivía única y exclusivamente para su trabajo, no podía mantener una relación con nadie por más de tres meses, era exasperante. Cuantas veces le habría mentido a su madre cuando llamaba desde Madrid, diciendo que seguía con Paula, con la que supuestamente llevaba un año hasta que esta le engañó, o con Adira, una preciosa joven marroquí que lamentablemente tuvo que irse del país cuando llevaban siete meses de relación. En realidad,la única mujer a la que había amado de verdad era a Ana, pero ese amor quedaba ya muy lejos, ella estaba casada, fue una aventura tonta y una vergüenza terrible cuando la gente lo descubrió, Ana dejó de hablarle y su marido la perdonó, eso era lo ultimo que sabia de ella. Elescándalo de Ana fue una de las principales razones por las que había decidido aceptar aquel trabajo en Ceuta. Total, en Madrid no le quedaba nada, su madre no estaba contenta con su trabajo de policía, y se refugiaba en sus otros dos hijos para ocultar la deshonra que le producía que su hijo mayor no hubiese llegado más lejos; sus hermanos renegaban del él tras enterarse de su aventura con Ana, cuyo marido era amigo de la familia; y sus amigos estaban demasiado ocupados formando una familia como para llenar su tiempo o su mente. El trabajo en Ceuta era una forma de empezar una nueva vida, de olvidar el pasado y crearse un futuro medianamente decente, pero llevaba allí dos años y no parecía que su vida hubiese cambiado lo más mínimo. Estaba en un punto muerto. Por eso se decía a si mismo que tenia que resolver este caso para poder avanzar tanto con su carrera como con su vida. Cuando se lo habían encomendado hacía ya 5 meses, por ser el mejor inspector de la ciudad, le había parecido una forma rápida de ascender y así cambiar de aires, quizá también lo aceptó influenciado por la fama que conseguiría si lograba detener toda la trama de corrupción de la ciudad, así su madre se sentiría orgullosa y quizá sus hermanos volvieran a dirigirle la palabra. Tenía que resolver ese caso como fuera.

Eran las once y media de la noche cuando Tomás se fue a dormir, todavía dándole vueltas al caso que llevaba tanto tiempo ocupando toda su vida.

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⏰ Última actualización: Jun 30, 2015 ⏰

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