Una orden

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Los pasos de Lorenzo Inocenzo resonaron en los pasillos del Quelrathar, su actitud tranquila contrastaba con el nerviosismo de la guardia pretoriana que le rodeaba, los cuales le dirigían miradas de admiración y respeto.

—Su alteza, hemos llegado —dijo uno de los guardias, quien se retiró junto con sus compañeros.

Lorenzo asintió, mirando de manera solemne, la discreta puerta de madera que tenía frente a él, puerta que parecía desentonar con la arquitectura que le rodeaba, la cual destacaba por los materiales preciosos que se usaron para crearla.

Tras tocar la puerta tres veces a intervalos de tiempo similares, entró, mirando en el interior, a un anciano cuya mirada tranquila transmitía un sentimiento de paz ilimitado, este, a pesar de la edad, vestía una armadura de cuerpo completo totalmente ensangrentada.

—Su siervo escuchó su llamado y se ha presentado, su Santidad —dijo de una manera ceremoniosa y servicial mientras se arrodillaba.

—Me alegro de verte, Lorenzo, ¿cuántos años han sido?, ¿dos o tres?

—Cinco, su Santidad.

—Cinco, como pasa el tiempo, pido una disculpa por no acordarme, a mi edad es algo inevitable olvidar algunas cosas.

—No diga eso, su Santidad, la edad no ha dejado rastro alguno en vuestra existencia, un simple recuerdo en su memoria no es comparable a los asuntos que maneja para la supervivencia de la humanidad.

—¿Sabes por qué te mandé llamar? —dijo el Papa mientras se sentaba en una vieja y desgastada silla en el centro de la habitación.

—Mi corta comprensión del mundo me hace incapaz de conocer vuestras intenciones, su Santidad.

—Pero dentro de esa corta comprensión, ¿que ven tus ojos, hijo mío?

—Su Santidad, he escuchado rumores.

—¿Qué clase de rumores?

—Su santidad, he escuchado de la reaparición de un terror sin nombre que se oculta en las sombras; escuché de la caída del emperador de oriente; escuché que varias facciones del Quelrathar claman la muerte de los magos; escuché de la reaparición de un trascendente y su asesinato a manos de un asaltante desconocido; escuché de extraños rituales en el norte de Rusia, cuyos resultados abrieron una grieta a un lugar desconocido; escuché de la reaparición de los demonios en el norte de Europa.

—Interesantes rumores —dijo el Papa mientras se frotaba la barba—, hijo mío, alza la mirada y dime, ¿qué ves a tu alrededor?

Lorenzo siguió las órdenes que se le dieron, observando los murales que le rodeaban, los cuales narraban una historia olvidada, una historia tan horrible que fue borrada de todos los registros del mundo.

—¿Entiendes la razón de mi llamada?

—Su Santidad, ¿ha llegado el momento de exterminar a los traidores de la humanidad?

El Papa no pudo evitar reír al escucharlo.

—Eres demasiado extremo en tu toma de decisiones, no siempre los conflictos se pueden resolver matando, también deberías incluir la negociación y la diplomacia en tus habilidades personales, mi niño —sacando un par de cartas, hizo una seña a Lorenzo, quien se acercó y las tomó con sumo cuidado.

—¿Hogwarts? ¿No se supone que solo aceptan magos? —dijo un tanto confundido al leer los destinatarios de dichas cartas.

—Hogwarts desde su reconstrucción ha mantenido una actitud neutral, centrándose en la guía y enseñanza de los niños con poder mágico para que estos no se conviertan en obscurials.

Harry Potter: El Juicio de los MagosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora