CAPITULO 2: Encuentro con Leo

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El sol se alzaba majestuoso en el horizonte, pintando de tonos cálidos el vasto cielo sobre la isla de San Cristóbal. Daniel se aventuraba por los senderos serpenteantes que se internaban en la exuberante vegetación, su mente absorta de los enigmas que rodeaban los extraños sucesos que lo habían llevado hasta allí.

Siguiendo el murmullo del mar, Daniel se adentró en un tramo de costa aislada y solitaria. A medida que avanzaba entre los árboles altos y frondosos, una sensación de inquietud se apoderaba de él, como si algo estuviera acechando en las sombras, observándolo en silencio.

Finalmente, emergió en un claro del bosque, donde un acantilado se erguía majestuoso sobre el océano azul. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas llenaba el aire, creando una atmósfera de misterio y anticipación.

Fue entonces cuando una voz lo sacó de su ensimismamiento.

"¿Te gusta la vista?"

Daniel se giró sobresaltado y se encontró con un joven de aspecto enigmático que se acercaba con paso tranquilo. Sus ojos oscuros brillaban con una chispa de curiosidad mientras lo observaban detenidamente.

"Es impresionante", respondió Daniel, tratando de disimular su sorpresa. "¿Tú vienes aquí a menudo?"

El joven asintió con una sonrisa enigmática. "Me llamo Leo. Este lugar es mi refugio personal."

Daniel estrechó la mano de Leo con un gesto de cortesía. "Soy Daniel. Estoy investigando los extraños sucesos que han estado ocurriendo en la isla."

La mención de su investigación pareció captar el interés de Leo. "¿Los sucesos extraños? Eso sí que es interesante."

Daniel notó una expresión fugaz de intriga en los ojos de Leo antes de que este la ocultara tras una máscara de indiferencia. "¿Tienes alguna idea de lo que podría estar sucediendo?"

Leo pareció reflexionar por un momento, sus ojos escudriñando el horizonte con una intensidad inquietante. "Hay cosas en esta isla que la gente prefiere no ver. Secretos antiguos que yacen ocultos bajo la superficie."

Las palabras enigmáticas de Leo resonaron en la mente de Daniel, despertando su curiosidad y avivando el fuego de su determinación. Antes de que pudiera hacer más preguntas, Leo se despidió con un gesto de la mano y se alejó, desvaneciéndose entre los árboles como una sombra en la oscuridad.

Daniel se quedó solo en el claro del bosque, sintiendo el peso de las palabras de Leo sobre sus hombros. Había algo en aquel encuentro que lo dejó con la sensación de que había más en juego de lo que parecía a simple vista. Con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, Daniel se preparó para sumergirse aún más en los misterios de San Cristóbal, sabiendo que cada respuesta solo conduciría a más preguntas.

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