Puedo recordar con claridad la primera vez que atravesó esa puerta, saludando con timidez y esbozando una cálida sonrisa.
—Muy buenos días doctor.
—Buenos días señorita, tome asiento por favor.
—Muchas gracias.Sus mejillas estaban tan rosadas como la alcancía de cerdito que había roto apenas unos días atrás, sumado al verde de sus ojos hacían una combinación tan hipnotizante que me resultaba difícil dejar de mirarla.
Observé su historial clínico. Nombre de origen japonés, veintinueve años recién cumplidos y múltiples visitas al área de nutrición.
—Señorita Mizake, cuénteme en qué puedo ayudarla.
Aquella dama echó a reír señalando sus mejillas y luego cubriéndolas tiernamente.
Me levanté del asiento y tomé mi lupa para examinarla.
Después de unos momentos observando su piel y ojos, regresé a mi asiento e hice algunas anotaciones.
—Al parecer se trata de un brote de rosácea.
Ella echó a reír nuevamente y enseguida me pidió una explicación.
—¿Qué es eso doctor?.— preguntó.
—La rosácea es una afección que se caracteriza por el enrojecimiento de la piel, no existe una causa determinante que la provoque así como tampoco se puede diagnosticar con precisión; sin embargo, puedo presumir lo que ussted padece sí es rosácea.
—La verdad nunca había escuchado sobre eso.— respondió, sonriendo tímidamente.En ese momento, un silencio incómodo se apoderó de mí consultorio.
Me había perdido en la mirada de aquella chica, tan tierna, tan bella y tan única.Nunca antes había quedado tan cautivado con una paciente y eso que muchas mujeres lindas preocupadas por el cuidado de su piel me visitaban a menudo.
—Entonces cómo podría tratar esta... ¿Rosácea?
Después de la pregunta volví a mí realidad. En mi corta carrera como dermatólogo, algo que me caracterizaba era la seriedad al momento de tratar a mis pacientes.
Procedí a recetarle algunos productos faciales, dándole las indicaciones respectivas, además de prohibirle algunos tipos de alimentos y bebidas que habrían podido incrementar la rosácea.
Al final de la consulta ella me contó que no le molestaba ni mucho menos se sentía avergonzada por el nuevo tono que había adquirido su piel. Ella me visitó porque quería descartar alguna afección nociva para su piel.
La rosácea en definitiva no es peligrosa y se lo hice saber para que estuviera tranquila.
Le prometí que con el tratamiento que le había recetado su tono natural volvería a la normalidad.—Muchas gracias doctor.
—Gracias a ti Mizake. Por favor vuelve a visitarme en caso persista la rosácea o necesites algo más.
—Está bien doctor, hasta luego.Cuando estaba a punto de salir, alcé mi voz y dije velozmente: Espera Mizake.
—Este es mi número de teléfono.— dije, entregando un pedazo de papel con el número escrito en él.
Le pedí a la bella Mizake que me escribiera ante cualquier inconveniente o consulta que pudiera ser resuelta sin la necesidad de examinarla.
Por primera vez había entregado mi número de teléfono a una paciente.
Realmente mi intención era ayudarla si tenía alguna duda sobre su afección, pero al mismo tiempo, quería seguir en contacto con ella.Esos ojos verdes y esa sonrisa dulce habían provocado un interés en mí.
En la noche, al llegar a casa mi mascota Chacha me esperaba agitando la cola como si hubiera vuelto después de una década.
Le conté a Chacha que hoy conocí a una mujer muy linda, dos años menor que yo.e conté que le di mi número y estaba ansioso por recibir un mensaje suyo.Chacha, un perro muy listo, empezó a ladrar. Creo que el también estaba ansioso, después de todo, hasta ese entonces jamás
había tenido una mamá humana.
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Rosácea
RomanceLa vida de un dermatólogo cambia de un momento a otro cuando una paciente con rosácea aparece en su vida para convertirse en algo más.