ᴏɴᴇ

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La vida es una mierda. O eso es lo que pensaba Julián en este momento.

El blanco perfecto que cubría cada rincón de aquella habitación de hospital, lo encandiló tan pronto como abrió los ojos. Los primeros segundos después de su despertar, los dedicó a buscar en su memoria la razón de por qué carajos estaba ahí.

La claridad llegó a su mente cuando sus ojos se detuvieron en la pequeña cuna que se encontraba al lado de su cama. Todo su cuerpo comenzó a temblar por los nervios mientras se bajaba de la camilla lentamente para eliminar los pocos pasos que lo separaban de aquel bulto bien envuelto en una frazada color celeste pastel.

Un nudo se formo en su garganta cuando el pensamiento que venía atormentándolo hace semanas volvió a aparecer en su mente.

¿Y si no sentía nada cuando por fin lo tuviese en sus brazos?

No estaba en su derecho de arrepentirse ahora, es decir, había decidio tener a su bebé. El quiso, a pesar de tener a todos en su contra, traer al mundo a ese pequeño ser que quizá le traería a su corazón un poco de luz y felicidad. Y aunque no había sido concebido de forma moralmente correcta, no tenía por que pagar los errores de sus padres.

O algo así le había dicho aquel cura de esa pequeña iglesia en Manchester, a la que acudió un domingo por la tarde en busca de paz para el caos de su mente, y silencio para las voces que le decían que todo en su vida estaba yendo de mal en peor. No lo malentiendan, él no era tan creyente, y no se dejaría influenciar por la ideología de una figura religiosa. Pero quizá, y solo quizá, el padre Stuart tenía un poco razón.

Las noches en vela durante los primeros meses donde pensaba en qué carajos iba a hacer; las veces que tuvo que escapar de sus entrenamientos con la ira a flor de piel por no rendir bien; las tardes llorando hasta dormirse en la soledad de su hogar; las personas que lo dejaron atrás por considerarlo una puta sinvergüenza; todas y cada una de las cosas horribles que había sufrido, dejaron de importar cuando en su séptima semana de embarazo, pudo escuchar por primera vez el latido del pequeño ser que crecía en su interior. 

Esa calidez tan hermosa que acarició cada centímetro de su alma; el nudo en su garganta por la emoción desbordante; su hermano Agustín tomando su mano para brindarle el apoyo que sabía que necesitaba; cada detalle de ese momento, lo hizo entender que quería esto.

Quería sentir el olor de su bebé, su peso liviano entre sus brazos, el calor del cuerpo pequeño sobre su pecho, lo quería todo. 

Y el miedo de que su decisión fuese solo un impulso, lo acompañó durante días, semanas, y meses. Se agigantaba conforme se acercaba el final de su gestación, haciendo que las palabras de sus padres cobraran fuerza y sentido.

"Es hijo de un pecado Julian, no podés traerlo al mundo porque no lo vas a amar". Su madre había sido fría y dura con su opinión, sin notar como su corazón se encogía por afrontar el rechazo de las únicas personas que esperaba sean sus pilares. Su padre solo había agregado un desinteresado "Tu madre tiene razon Julian", sin siquiera mirarlo. Y sembraron en él, la inseguridad y la culpa.

Pero aquel fantasma de contradicciones y temores que había sido su sombra, se desintegró al instante y para siempre, cuando sus ojos contemplaron el rostro sonrojado de ese pequeño humano que era su hijo. De nuevo, el amor más fuerte que podía sentir, lo recorrió de pies a cabeza como una avalancha que no dejaba nada mas que felicidad y alivio a su paso.

Lo cargó con toda la delicadeza que pudo reunir, temiendo que en un mal movimiento pudiese dañar su cuerpo tan frágil. Regresó sobre sus pasos y se movió hasta quedar sentado en el centro de su cama. Mientras acariciaba con uno de sus dedos el cachete regordete de su bebé, entendió por fin y en carne propia todas esas revistas sobre maternidad que leyó, en las que decían que sostener a un hijo por primera vez era una de las cosas más maravillosas y reconfortantes en el universo. 

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⏰ Última actualización: Apr 30, 2024 ⏰

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𝑱𝒖𝒏𝒊𝒐𝒓 - 𝑴𝒂𝒄𝒂𝒍𝒗𝒂𝒓𝒆𝒛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora