CAPITULO I

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El sol de la mañana iluminaba con suave calidez la tierra donde crecían los grandes pinos del pueblo, pintando de un radiante dorado los techos de las casas que lo componían.

Apenas comenzaba el verano, Nate, con la frente brillante por el sudor, caminaba acompañado de una pesada maleta hacía la entrada de aquel pintoresco caserío. El sonido que las ruedas de esta provocaban al chocar con las irregularidades del camino convivía con el envolvente cantar de las cigarras.

Nate pasaría el trimestre con su abuela, en una rústica alquería verde, donde ella vivía. Por una parte, le agradaba la idea de desconectar del bullicioso y ajetreado ambiente de la ciudad para serenarse en un lugar remoto enmedio de la montaña; Sin embargo pensaba aburrirse en un lugar tan apartado, donde casi no existía el entretenimiento.

Llegó a la entrada, donde le recibió un arco enorme de ladrillos irregulares de roca marrón donde el musgo comenzaba a invadir el material de este, que unía por ambos lados los muros que limitaban la aldea del profundo pinar.

Nate soltó la maleta, posándola en el suelo, la mano con la que la amarraba ascendió sobre sus ojos, a la par que su mirada se inclinaba hacía lo más alto del arco, donde se hallaba un cartel calcomido por el tiempo, en el que apenas se lograba leer su contenido

-Bienvenidos a La Sombra del Pino...- Leyó desganado, su mano se redirigió a la maleta, su mirada cambió al frente y forzó una sonrisa simpática -Vamos allá...

Empezó a andar siguiendo un sendero formado por el desgaste de la tierra, causado por el constante caminar de los pueblerinos y sus visitantes, aunque por el escaso número de casas, podría ser más bien por el tiempo en el que estas personas y sus ancestros han pasado por la tierra. La alquería de su abuela se encontraba en la esquina superior de la derecha del pueblo, por lo tanto, en su caminar se encontraría con todos los edificios.

Las casas de los vecinos resultaban viejas, tradicionales, pero a pesar de su antigüedad, estas parecían resistentes, fuertes, capaces de sobrevivir un huracán. Además, estas contaban con una extensa zona de jardín donde cultivar verduras, frutas, flores o simplemente dejar el verde del césped para tumbarse en él y tomar el sol del verano.

La vida etimológica en el pueblo fue grata sorpresa para Nate, pues comparada con la casi inexistente de la ciudad, esta era abundante: cada árbol que veía acogía escarabajos, cigarras o chinches; cada flor que veía contaba con mántides, mariposas, libélulas, etc, posadas en ellas. Una mariposa monarca se cruzó con él, le miró fijamente, su vuelo era rápido, limpio. Perfecto. Esta se posó sobre un clavel rojo que nacía entre dos grandes piedras, las cuales componían una cerca que separaba una vivienda. Nate sonrió.

Finalmente, acabó pensando esperanzadamente sobre su estancia en casa de su abuela, quizá no acabaría siendo tan aburrida como él pensaba.
Siguió con su camino. A lo lejos veía a una señora, la encorvadura de su espalda y el uso de su bastón delataban su edad. Ella tenía a su lado un carrito con pasteles de atún dentro, Nate se acercó a ella.

-¡Muchacho! -Nate se la quedó mirando, era baja y blanca como la leche, su grisáceo cabello se recogía en un moño, permitiendo ver así su rostro al completo, su tez contaba con mil arrugas, que revelaban su vejez. A pesar de su avanzada edad, su mirada se sentía muy joven, el color de sus ojos era azul claro, claro como un cielo despejado en la mañana, y gracias a la sonrisa de oreja a oreja que mostraba, se veía su perfecta dentadura- ¿Quieres un pastelito de atún?

El chico negó

-No, gracias -A pesar de lo apetecibles que estos se veían y del hambre que tenía, negó la oferta, no tenía dinero

-Venga va, anímate -La anciana cogió un pastelito y se lo acercó, tratando de persuadirle, Nate lo olió, olía a recién hecho, incluso echaba humo de su superficie -Son caseros y encima están recién hechos ¿No te apetecen?

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⏰ Última actualización: Apr 03 ⏰

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