Siempre me fascinaron los colores. Desde chica, tuve una atracción especial por el rosa, un color que asociaba con el amor, la pasión y la inocencia.
Cuando te conocí, descubrí que no eras un color rosa. Me costó entender qué color eras exactamente. Eras como un color oscuro, difícil de definir, una sombra que no infundía miedo, sino más bien paz. Empecé a sentir fascinación por el negro después de eso. Era como un enigma, una incógnita que me intrigaba. Esta fascinación fue creciendo hasta que, sin darme cuenta, mi rosa empezó a oscurecerse, adaptándose a la oscuridad. Mi fascinación no me permitía ver cómo mi color se desvanecía.
Hoy en día, mi color ya no es rosa y descubrí que tu negro no era un color por descubrir, sino más bien una ausencia de color. No te juzgo; elegir un color puede ser difícil, a veces incómodo, y es comprensible querer quedarse en la sombra. Pero sí me molesta que vayas apagando colores a tu alrededor. No te preocupes, mi color volverá, tal vez un poco más oscuro, pero rosa al fin.