La piedad divina es sólo una creencia condicionada para aquellos a quienes los poderosos quieren hacer callar bajo sus dogmas.
Se una buena persona, no luches, no mates, no robes, no cuestiones, no dudes...
¿Mandamentos divinos? No, la piedad eterna...
Como breve recordatorio, esta historia trata temas como pedofilia y tortura con profusión de descripciones, así que si no puedes soportar leerlo, abandona la historia inmediatamente.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El primer clavo se hundió sobre la piel blanda, el grito inicial de la noche vino como consecuencia, y las primeras gotas del gran charco de sangre se sintieron sobre la tez del torturador cuando el liquido rojo empezó a deslizarse sobre el borde de la madera hasta el suelo...
El niño gritó, pero no se atrevió a decir nada, sólo estaban él y su torturador en aquella escena, a pesar de que, no tan lejos de ellos, la multitud enloquecida aclamaba que se clavara el último clavo y se levantara por fin la cruz.
- Tus pecados son imperdonables, maldito brujo...
Dee sonreía tras la máscara negra que llevaba, sus expresiones profanas y pervertidas ante el dolor del infante no podían ser vistas por el chico y mucho menos por el público enfervorizado.
Cómo deseaba Dee follarse aquel cuerpo, resbalar su miembro contra aquella carne que aún conservaba su grasa y forma infantiles antes de continuar la ejecución...
El niño pelirrojo tragó en seco al ver que Dee ahora se daba la vuelta, caminaba con calma, silbaba y ya balanceaba entre sus dedos el segundo clavo, mucho más grande, una pieza que planeaba hundir en la carne de los pequeños pies atados hasta que la punta metálica alcanzara el otro lado de la cruz de madera, el artefacto que soportaba el peso del cuerpo del infante sobre ella.
Pronto, el más viejo se acomodó en la bancada que sostenia la cruz mientras golpeaba con el pesado martillo el extremo de la madera, con el único fin de intimidar al niño al verlo encogerse aún más bajo el estruendo metálico. El intento del pelirrojo de sacar los pies fue completamente inútil, ya que sus tobillos estaban fuertemente atados por gruesas cuerdas de yute que, de tan apretadas, llegaban a bloquearle la circulación al igual que las muñecas.
