Candy Girl

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Era un día cálido. Yo acababa de salir del trabajo; para mí no era fácil ser madre soltera con tres hijos. Me dirigí a mi casa. Una vez allí, mi hijo de 5 años, Daniel, me dijo: "Tengo un nuevo amigo", "¿Cómo se llama?", le pregunté, "Se llama Laughing Jack"

Entonces se acercó mi hija Mariana y dijo: "Yo también tengo una amiga y se llama Candy Girl", "Y yo tengo una amiga llamada Laughing Gil", dijo mi hija Monserrat.

Me quedé muy confundida, pero decidí no preguntar. Creí que eran amigos imaginarios; les pedí que se fueran a dormir. Estaba muy cansada. Me acosté, cayendo en un profundo sueño.

Tuve un sueño horrible: estaba en un parque de atracciones en ruinas, como visualizado en blanco y negro. Había peluches con horrendas sonrisas y colgados de sogas. Sentía como si alguien me estuviera observando, pero no veía a nadie a mi alrededor; de repente se escuchó una canción, la de "feliz cumpleaños" tocada por un violín. De repente, se detuvo y se escuchó Pop goes the weasel reproducida por un acordeón. Seguí la melodía hasta llegar a una carpa de circo. En su interior pude ver a tres personas: una de ellas tenía una motosierra y un vestido negro, al lado había una mujer de vestido gris y, en vez de manos, unas afiladas uñas, también había un hombre con calcetines a rallas y pantalones holgados, con nariz de cono y esbozando enfermas sonrisas.

Detrás de ellos apareció una silueta oscura viniendo hacia mí, luego apareció otra y otra y otra ,todas se estaban acercando hacia mí. No podía moverme; a medida de que se acercaban, me percaté de que eran niños. Unos tenían caramelos en vez de ojos, otros tenían cortes por todo el cuerpo, a otros les faltaban extremidades. Todos se acercaban desgarrando mi propio ser y lo único que podía escuchar eran tres horrendas risas.

Me desperté, estaba un poco asustada, por lo que me dirigí al cuarto de mis hijos y les dije que bajaran a desayunar.

Mientras desayunaban, les pregunté cómo eran sus amigos. Mi hijo me contestó: "Es un payaso que siempre sonríe", mi hija Mariana me dijo también: "Es una payasita muy bonita y le gustan las fiestas de cumpleaños".

-¿Y tu amiga cómo es, Monserrat?- le pregunté. Ella me contesto: "Tiene vestido negro, calcetines de rayas, nariz de cono y unos ojos muy bonitos". Me quedé sorprendida ante sus respuestas. Ellos terminaron de almorzar y fueron a jugar al patio trasero.

Mientras jugaban, recordé que se acercaba el cumpleaños de mi hija Mariana y no iba poder estar con ella porque tenía que trabajar. Tal vez regresando del trabajo le podría comprar un pastel y festejarle su cumpleaños.

El día transcurrió como siempre, se hizo de noche y mis hijos se fueron a dormir. Seguía despierta; de repente, escuché unos gritos provenientes del cuarto de mis hijos. Subí las escaleras lo más rápido que pude y entré al cuarto de mis hijos. Me quedé horrorizada: todas las cosas estaban en el suelo, como si alguien las hubiese tirado, y el gato de mis vecinos, colgado de una soga, repleto de caramelos. Llamé a la policía: ellos me dijeron que alguien se había metido al cuarto de mis hijos. Seguramente cuando escuchó que yo subía las escaleras, se fue.

Al otro día recordé que era el cumpleaños de mi hija, pero me tenía que ir a trabajar. Al regresar, busqué a mis hijos pero no los encontré. Escuché una risa proveniente del cuarto de mis hijos. Cuando entré, vi algo horrible: mis hijos estaban clavados en la pared. Había una mujer de vestido gris, Candy Girl, riendo; después apareció Laughing Jack y Candy dijo:

-Pero miren quién es, Laughing Jack. Cuánto tiempo sin vernos jajaja.

-Hola, Candy, gusto en verte. Déjame decirte que sigues igual de hermosa.

-Ya que terminaron las presentaciones, es hora de divertirse un poco.

En ese momento Candy estiró su brazo y me atrapó.

-Suéltame, maldita payasa diabólica-grité.

Laughing Jack se molestó: "Si no vas a decir nada agradable, mejor no digas nada en absoluto".

Luego me puso una mordaza en la boca y me ató a una silla.

Cuando desperté, vi a mis hijos por última vez, sin extremidades ni ojos, las cuencas vacías repletas de caramelos. En la pared decía con sangre: "Feliz Cumpleaños, Mariana".

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