Ya acabé el semestre, alguien me había pedido de Hiromi, así que aquí está.
-
Te despertaste con un suspiro, notando la suavidad de las sábanas aún abrazando tu cuerpo cansado. Al abrir los ojos, la luz del amanecer se filtraba tenuemente por las cortinas entreabiertas, pintando el dormitorio con tonos dorados y añadiendo un toque de serenidad al ambiente.
Al estirarte perezosamente, notaste de inmediato la ausencia del calor familiar que solía compartir tu lado de la cama. El espacio junto a ti estaba vacío, como había estado en muchas mañanas recientes. Un nudo se formó en tu garganta mientras el peso de la soledad se hacía presente una vez más.
Con un suspiro resignado, te sentaste en la cama y te frotaste los ojos con lentitud, intentando despejar la pesadez que aún persistía en ellos. Observaste el reloj de mesa y notaste que se había hecho un poco tarde, como casi todas las mañanas últimamente. La rutina se había vuelto monótona, y la distancia entre tú y tu esposo, Hiromi, se sentía cada vez más grande.
Te levantaste con movimientos lentos y mecánicos, vistiendo una bata de suave algodón que se abrazaba a tu figura con comodidad. Observaste tu reflejo en el espejo mientras pasabas tus manos por el cabello desordenado, preguntándote cuándo fue la última vez que tu esposo te había mirado con verdadero afecto.
Con un suspiro resignado, te dirigiste al armario y elegiste un conjunto sencillo pero elegante para el día. Optaste por un vestido floreado y ligero que te brindaba cierta sensación de frescura y esperanza en medio de la melancolía que parecía envolverte últimamente.
Una vez vestida, te detuviste un momento frente al espejo, observando tu reflejo con atención. Los ojos reflejaban la tristeza que llevabas dentro, pero también una determinación silenciosa de seguir adelante, de aferrarte a la esperanza de que las cosas volverían a ser como antes, de recuperar la conexión perdida con tu esposo.
Mientras te dirigías a la cocina, la preocupación se instalaba en tu mente como una sombra persistente. Cada paso que dabas resonaba con la incertidumbre que sentías en tu corazón. Entendías el estrés y el agotamiento que consumían a Hiromi por su trabajo, pero las recientes llegadas tardías a casa y la falta de afecto o caricias te hacían cuestionarte cada vez más.
Tu mente te llevaba por un laberinto de pensamientos oscuros y temores infundados. ¿Quizás ya no te encontraba atractiva? ¿O peor aún, había encontrado consuelo en los brazos de otra persona? Sacudiste la cabeza con desesperación, tratando de alejar esas ideas absurdas. "Solo me estoy preocupando demasiado", te repetías a ti misma, aunque la duda seguía latiendo en tu corazón, como una pequeña semilla de desconfianza que se negaba a desaparecer.
Recordabas cómo, por petición de tu propio esposo, habías decidido dejar atrás tu trabajo para dedicarte plenamente a las labores del hogar. Era el sueño de muchas chicas: ser una "mantenida". Pero ahora, en medio de tus reflexiones, comenzabas a cuestionar si era realmente tan genial como una vez creíste.
A pesar de que tenías todo lo que la mayoría anhelaba: un esposo exitoso, un hogar cómodo y sin la necesidad de trabajar, la realidad era diferente. No tenías la satisfacción que esperabas. La falta de un propósito más allá de las paredes de tu casa comenzaba a pesar sobre ti, especialmente cuando observabas a tu esposo lidiar con las exigencias de su trabajo.
Ni siquiera tenías hijos que cuidar para llenar tus días con amor y ocupación. A veces, la casa parecía demasiado grande y silenciosa, y la sensación de vacío que dejaba en tu corazón era abrumadora. Te preguntabas si este era el precio de ser una "mantenida", si este era el sacrificio que debías hacer para mantener la armonía en tu matrimonio.