Sucio.

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Quiero moverme. No puedo. Francis está sobre mí y su mirada me genera tanto miedo, que cada músculo de mi cuerpo se tensa y no me permite moverme. Me vuelvo débil ante él, sentir sus manos rodear mi cuello con fiereza y su rostro sonrojado por la ira acumulada. Solo hace que me excite más y más, que esta agonía que choca contra mis pantalones, enjaulada, quiera salir.

—Más... fuerte —murmuro, y sonríe levemente. El dolor es parte de mí, y lo necesito en todo momento. Él sabe como proporcionarmelo correctamente.

Estamos en el centro del maizal, en el punto culmine del cielo gris que amenaza con una feroz tormenta. Mi cuerpo está cubierto de tierra, y mis muñecas arden demasiado debido a los cortes anteriores hechos por las filosas hojas de maíz.

El agarre fue debilitándose, y de pronto sus manos ya no estaban en mi cuello.

—Abre la boca —espetó con dureza.

Obedecí y, acto seguido, escupió dentro. El sabor de su saliva mezclandose con la sangre contenida era espectacular. Un festival de sabores se celebraba en mi boca y su mirada se mantenía fija en cómo yo tragaba. Mis manos se movieron involuntariamente hacia su suéter de tela. Lo toqué.

Rápidamente la tomó y apretó con fuerza. Sentí como un dolor agonizante se apoderaba de mí en ese preciso instante y ahogué un grito. Intenté levantarme pero me retuvo con su pierna apretandola contra mi vientre. Realmente era pesado; su cuerpo fornido, brazos grandes y un rostro con una resonante barbilla cubierta de barba, era suficiente para que cualquier mujer cayera a sus pies.

«¿Por qué estaba solo?».

—Volvamos, y no le digas una sola palabra de esto a Aghata. La próxima vez no seré gentil. —Aflojó la presión de su pierna y pude incorporarme.

Tenía las muñecas sangrando, la ropa llena de tierra y seguramente una comisura del labio magullada.

Todo el camino de regreso fue agotador. Realmente no podía mover correctamente mis piernas, y el dolor en mis muñecas era insoportable. Llegamos hasta un lugar cercano a las vacas. Un matadero seguramente. Algo que él seguramente administraba y disfrutaba.

Abrió el grifo, y dejó correr el agua sobre mis muñecas magulladas. Se sintió electrizante, tanto el agua cayendo y arrastrando la sangre consigo, como él toque de Francis sobre ellas. Lo limpió, y fue suave. Realmente sentí que era una persona totalmente distinta a la del granero o el baño en el funeral.

Sacó de uno de sus bolsillos una venda y me cubrió las cortadas con ello. Eché un gemido suave ante el dolor y él posó su vista en mí, a la vez que me vendaba la muñeca.

—...¿Qué? —pregunté en un susurro.

—Gimes como una puta —respondió secamente—. Una puta rubia... y magullada. —Terminó de colocar la venda y acerqué, con timidez, la otra muñeca. —Hace meses que no follo, estoy totalmente contenido. Es irritante. —Apretó la venda con fuerza.

Meses, tal vez dos días ya era mucho tiempo para Francis. El sexo tal vez era algo necesario en su vida, algo esencial en su miserable vida. Pero, lo veo de otra forma. Lo necesito, necesito a Francis, necesito todo de él. Siento que él también y temo comprobarlo... pero a la vez quiero hacerlo, ¡necesito hacerlo!

—¡Auch! —magulle.

—Listo, la puta está curada. —Rió y salió del granero.

Me quedé solo, cerca del lavabo, con un labio aún sangrando pero, con las manos vendadas y el olor de Francis impregnadas en ellas.

Acerqué mi nariz para olfatear y el aroma a la colonia de Guilleoun me inundaron las fosas nasales. Quiero sentirlo, su cuerpo, sus manos, sus piernas, todo. Necesito sentirlo en su máxima plenitud.

Un chico magullado y un granjero con problemas de ira.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora