Breivik destacó su desacuerdo en acompañarla hasta allá; no obstante, Anja lo persuadió esta vez con un billete de cien coronas. Aunque al principio aquel estaba reacio en ir al lago congelado, había aceptado por mero altruismo. Esta vez Breivik sí creía que el asesino andaría cerca, además de que temía que el tiempo empeorara. Por esto, la inspectora le pidió que no abandonase el coche en tanto ella exploraba los alrededores. Si bien sabía que no contaba con un modo defenderse ante un posible peligro, Anja se aventuró en el helado sendero.
La irregularidad del camino hacía que el coche diera tumbos en ocasiones; algunas piedras debajo del grueso manto de nieve provocaban traqueteos violentos que Anja debía contener con giros bruscos del volante. De cualquier modo, el primer inmueble se presentó a los quince minutos. Tampoco hubo ninguna charla o comentario, pues Breivik estaba alerta, mirando a través de los cristales. La penumbra no le permitía ver más allá de tres metros, pero aun así lo intentaba.
—Parece ser una cafetería —comentó la inspectora Olssen—. ¿Recuerda este lugar?
El hombre sacudió la cabeza.
—Quédese aquí —le pidió otra vez, y para tranquilizarlo, le sugirió—: Toque la bocina si ve a alguien acercarse y yo vendré al acto. Necesito que esté al pendiente.
—Tenga cuidado —musitó Breivik.
Anja se apeó y deseó tener un arma en sus manos. Detestó la ley que impedía a los inspectores llevar la suya propia. Fenelvadia no quería un cuerpo policiaco completamente armado, y era comprensible, porque allí eran ilegales las armas, pero en momentos parecidos los agentes solían sentirse vulnerables.
Para no perder más tiempo, Anja apuntó su linterna a los ventanales del edificio e intentó atisbar el interior. En primer plano había gabinetes y tablones con varios objetos olvidados arriba, como cajas, frascos o estropajos. No pudo adivinar qué había al fondo. Tocó en las puertas principales y en la lateral, la de servicio, pero el inmueble sí parecía estar abandonado, al menos por el momento. Por lo regular, negocios así eran todavía custodiados por los dueños, e incluso servían de almacenes, que terceros rentaban para guardar herramientas. Si El Carnicero se ocultaba en Norduvik, bien podía trabajar en uno similar.
Al darse cuenta de que no había manera de entrar, quiso volverse hasta el automóvil. Pero apenas hundió su pie derecho en la nieve, un hombre abrió las puertas gemelas. Como sufrió un sobresalto, la inspectora iluminó de lleno al individuo y lo observó bien: era bastante alto, fornido, portaba lentes oscuros y parecía ver al vacío. Aquel tampoco estaba encandilado.
«Es ciego», advirtió Anja.
—¡Buenas noches! —saludó el hombre—. ¿Quién es? Pensé que querían meterse otra vez.
—Buenas noches. Lamento el fisgoneo. Quiero hacerle unas preguntas. Soy la inspectora Anja Olssen de la Policía Nacional. Trabajo en la Comisaría Este de Óberin...
—¡¿Óberin?! Bueno, usted no viene por lo del reporte... ¿Investiga al asesino?
—En efecto. ¿Sabe usted algo?
—Sé lo que han hablado de él los diarios capitalinos. Es increíble que ahora esté matando en la allá. ¡Pero venga! ¡No se quede allí afuera o se convertirá en tímpano! —El anciano, de voz amable, renqueó hacia dentro y Anja lo siguió sin más.
Adentro, aquel se presentó como Mikael Lindborg. Se trataba del antiguo dependiente de la cafetería. El interior, aunque muy gastado, todavía evocaba el antiguo estilo de los años sesentas. Como lo pensó, el señor Lindborg rentaba el sitio para que sirviera de almacén. Además, tanto en los cristales como en el frontispicio, su sobrenombre hacía gala.
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Un paraíso sin ángeles [ONC 2024] ©
Mystery / Thriller«Karl no merece su sangre, y por ello la derramará muy pronto...» Esta era la línea que el joven Karl Krigerssen leyó en un blog la tarde que revisaba su correo electrónico. Había encontrado las perversas notas de un asesino en serie que escribía so...