La casa de Lena Gurpp se encontraba a un par de kilómetros del almacén. La inspectora Olssen la llevó de vuelta en la camioneta. Lena solo había comentado que era su rutina diaria revisar el lugar. Ninguna de las dos intentó charlar más adelante en el camino. En cambio, Anja sí que pensó en lo que le había dicho Lena hace unos instantes. Todo iba cobrando sentido.
La vivienda, al igual que otras propiedades en Norduvik, aparentaban estar rodeadas de una blancura desolada. Se acercaba la noche, y las pesadas nubes grises amenazaban ahora con una lluvia congelante. Por esto, la detective tuvo que pedirle a su anfitriona que la ayudara a refugiar la camioneta, o de lo contrario acabaría con el motor ahogado y envuelto en escarcha.
El interior de la morada, asimismo, lucía bastante acogedor. Luego de un pequeño descanso en el que Anja se ocupó de su higiene, y tras una fuerte meditación, ambas mujeres se reunieron frente a la chimenea. Esta vez, Anja rechazó cualquier bebida caliente. A pesar de que Lena había hervido chocolate con leche, la inspectora tuvo que reprimir su adicción al azúcar.
—Debo admitir que sentí horror cuando la vi allí gritando el apellido de mi tío —admitió más tarde Lena Gurpp—. Pensé que era una persona del pasado que venía a buscarlo.
—¿Le teme usted al pasado, señora Gurpp?
—Bastante. Desde que he oído que ese asesino estuvo aquí en los noventas, me he armado de manera ilegal. Sí, admito que le he comprado pistolas a los afganos. Está claro que no soy una cazadora, además de que no podría aparentar mucho ser una. Pero viviendo a cinco kilómetros de un pueblo con un asesino serial, no puedo vivir como si nada.
—¿Cree usted que el asesino querría matarla por su conexión con Sunna Grönnborg?
—¡Por supuesto! Por años lo he pensado. Aunque no estoy segura de que ese bebé sea hoy el supuesto Carnicero, he hablado en un par de ocasiones con periodistas a los que les conté sobre Sunna y su hijo. Creo que ninguno de los dos acabó bien.
—¿Piensa que los mataron? No he oído de ellos, ni tampoco he leído sus trabajos.
—No, no así. Yo digo que más bien alguien los sobornó en algún punto.
—Ya veo. —Anja recordó las palabras del propio Carnicero. Se pellizcó la yema de un pulgar en tanto meditaba sus siguientes preguntas—. Señora Gurpp, ¿cómo conoció a Sunna?
La mujer miró por la ventana con una gran carga de melancolía.
—Fue en el otoño del '65. Era quizá octubre o noviembre. Sunna llegó a Mickey's, embarazada, pidiendo ayuda. Para entonces en Norduvik ya amenazaban las nevadas, así que era muy importante para nosotros darle refugio. Mi tío, apenas la vio, no soportó que una jovencita tan indefensa llegase en semejantes condiciones. Los dos estuvimos de acuerdo en que queríamos cuidarla. Era también muy efusiva, ¿sabe?, muy llena de vida. Le gustaba reírse, conversar, hacernos reír. Tenía mucha alegría. Aunque estaba lejos de su hogar, nunca se mostró triste. Le daba igual que su madre no estuviese allí, ella era muy independiente y feliz. Se tomaba todo como una gran broma. Y tan pronto como su vientre estuvo hinchado al máximo, pues le quedaban un par de meses, comenzó a tenerle miedo al parto. Siempre me lo contaba en las noches, que le aterraba el dolor que siente una mujer a la hora de la hora. Su madre se lo inculcó desde pequeña, como para aterrarla: «a las mujeres nos espera el infierno cuando damos a luz. Es como una maldición». Yo nunca me enteré de ello, porque no tuve hijos.
Anja estuvo de acuerdo con lo que le contaba.
—¿Y les ayudaba en el negocio?
—Sunna era muy proactiva, sí —aseveró, asintiendo—. Quería ayudarnos en todo. Y se sentía demasiado agradecida por que le salváramos la vida. Pero Mikael era demasiado sobreprotector. No permitía que hiciera nada. «No barras porque vas a lastimar al bebé», «acuéstate porque harás que el niño nazca cansado». Siempre le buscaba un pretexto para ponerla a descansar —contaba, con los ojos anegados.

ESTÁS LEYENDO
Un paraíso sin ángeles [ONC 2024] ©
Gizem / Gerilim«Karl no merece su sangre, y por ello la derramará muy pronto...» Esta era la línea que el joven Karl Krigerssen leyó en un blog la tarde que revisaba su correo electrónico. Había encontrado las perversas notas de un asesino en serie que escribía so...