Teke-Teke

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Para Sanji, la vida en las escuelas nunca había sido especialmente complicada; por ser un chico de cara bonita y personalidad alegre, sería muy extraño tener conflictos con sus compañeros, más aún porque siempre era muy dado para ayudar en clases. Sin embargo, por cuestiones del trabajo de su padre, debieron mudarse a un nuevo lugar lejos de todo lo que conocía como "normal". Y es que él y su familia venian de una zona rural bastante tranquila, con un vecindario donde casi todos se conocían y parecían familia, por lo que llegar a la ciudad fue un gran impacto, sobre todo al empezar las clases y ver qué nada de lo que conocía funcionaba allí. No solo era distinto el aire contaminado que nada tenía que ver con las flores de su jardín en el pueblo, tampoco la gente era igual, todos siempre iban apresurados y tenían una cara demasiado rígida. Estaba acostumbrado a dar los buenos días a las acianitas que barren la vereda por las mañanas y a reunirse con sus amigos en la parada del camión escolar para luego ir a clases. Ahora, en esta gran ciudad, todo quedaba tan lejos que tubo que aprender a moverse en metro, ese animal de metal que comía cientos de personas al mismo tiempo, mientras escupía otro poco más. Daba igual cuántos bajen y suban, la terminal siempre estaba llena y dentro del metro era peor, a veces incluso sentía una falta de aire que le nublaba la mente.

De esta manera se fue adaptando al recorrido que hacia solo todos los días, no le gustaba, pero gracias al trabajo de su padre, lo habían becado en esa escuela y no le quedaba de otra manera que asistir. De todos modos no era alguien que se quejaba con facilidad, menos sabiendo que su viejo estaba feliz con el nuevo empleo. "Ya terminaré de acostumbrarme", se decía todos los días con una sonrisa al espejo antes de salir a la calle. Sin embargo, no era igual la vida en casa que en la escuela y por más que deseara adaptarse, habían situaciones que se le salían de las manos.

Los chicos de ciudad eran bastante raros y superficiales, a pesar de tener alrededor de quice años y estar en tercero de secundaria, no parecían del todo listos. Los varones solo pensaban en las faldas de las niñas y las niñas en los pantalones de los varones y de hablar mal entre ellas.  Y no se trataba de ser estirado, después de todo a él también le gustaban las señoritas, que fuesen altas, fuertes y carismáticas, pero estas de la ciudad no tenían nada de bonito para ver, porque eran demasiado ligeras con sus palabras. No le tomó mucho tiempo llegar a estas conclusiones, por lo que los días de colegio pasaron y él no lograba hacerse con algún amigo o amiga, porque no tenían los mismo intereses y valores, así que no sabía cómo acercarse sin dejar de ser él mismo. Por eso, comía solo, estudiaba solo y se sentaba solo en los descansos, aunque al llegar a casa mentía a su padre diciendo que todo estaba muy bien, aunque la verdad era que, de esos días felices con sus amigos ya no quedaba nada.

Poco apoco se fue volviendo callado y un tanto más serio, pensado que quizás en el siguiente año escolar las cosas serían distintas. Y de cierto modo tuvo razón. Su padre volvió a cambiar de trabajo por lo que se mudaron más al centro y de nuevo cambió de escuela sin esperar realmente conseguir algo diferente a la otra ya que había visto como era la gente de ciudad y no variaban mucho entre ellos.
Con este sentimiento de indiferencia se aprendió de nuevo la ruta al colegio, tenía que tomar el metro igualmente porque también estaba lejos, la gente era la misma que se metía como sardinas en lata, todos apurados como siempre llenando las calles a esas horas.

Había si, una diferencia en sus horarios de clase, ya no volvía a casa a medio día sino por la tarde, le tocaba almorzar allá y seguir viendo asignaturas ya que tenía opción de salir como técnico medio en la carrera de su elección.
Le daba un poco igual pasar sus días metidos en aquella prisión estudiantil, de todos modos en casa no hacía más que dormir toda la tarde luego de terminar las tareas. No se atrevía a salir a caminar lejos por miedo de perderse o ser víctima de algún delincuente porque la ciudad estaba plagada de ellos. Además los viejos de la ciudad no respetaban a los niños como él. Parecía un pueblo sin ley, se sentía incómodo siendo observado por señores y tener que escucharles decir cosas del tipo "estoy buscando uno como tú para hacerle unos cuantos niños, te ves resistente lindura, ven aquí para que sientas a un hombre de verdad". Que asco, prefería estar en casa.

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⏰ Última actualización: Apr 13, 2024 ⏰

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