Pase lo que pase, habrá poesía

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Mientras se sientan que ríe el alma,

sin que los labios rían;

mientras se llore, sin que el llanto acuda

a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan,

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡habrá poesía!

Gustavo Adolfo Bécquer


—¿En serio nadie conoce ningún poema de Gustavo Adolfo Bécquer? —insistió la profesora Marta, frotándose las sienes con desespero.

Adrián levantó la mano otra vez. Bécquer era su poeta favorito, ningún otro sabía expresar tan bien los sentimientos humanos, en especial el amor, que en su opinión era el sentimiento más puro del mundo.

—Baja la mano, Adrián—ordenó la mujer con voz severa—. Quiero escuchar a tus compañeros.

Adrián resopló, solía sucederle todo el tiempo. Los profesores se hartaban de que siempre supiera demasiado y frenaban sus ansias de responder. Bajó la mano, resignado y miró a sus alrededores. Los otros alumnos solo deseaban que tocara el timbre para salir al receso, a ninguno le interesaba la literatura.

—Que decepción—repitió Marta, tras dirigirle una mirada inquisidora a los demás adolescentes—. Parece que habrá muchos desaprobados en mi materia este año.

—Profe, yo me sé la respuesta—masculló Adrián, un poco molesto. La profesora ignoró su comentario, era mucho más gratificante dar un discurso sobre las consecuencias que tenía reprobar Literatura para el promedio escolar.

Adrián era un estudiante cubano de dieciséis años que cursaba el primer año de PREE universitario en la provincia de Matanzas. Desde pequeño tuvo un gran interés por la lectura, la historia de su país y otros temas similares. De vez en cuando escribía cuentos y poemas, pero ese era un secreto que guardaba solo para sí mismo, aunque su mejor amigo David, quién solía observarlo garabatear cosas en un cuaderno, sospechaba de su pasatiempo misterioso.

—Te sabes todas las respuestas, ¿o qué? —se burló alguien en un susurro. Adrián se volteó, era Ariel, estaba mascando chicle de un modo grosero y con parte de su camisa escolar desabrochada. Todos en la escuela lo conocían, era popular y se juntaba con chicos mayores—. ¿No te cansas de ser siempre el sabiondo?

—Soy inteligente, no como otros que solo saben masticar chicle y tener las nalgas afuera—respondió con tono cortante, pero sin alzar mucho la voz.

—Al menos no leo poemas como una hembra— contratacó Ariel, un poco molesto por aquel comentario. La profesora pidió silencio, luego continuó escribiendo en la pizarra—. ¿Se los dedicas a tu jevita? —bromeó, señalando hacia David que estaba sentado junto a Adrián. Se escucharon algunas carcajadas de fondo.

David, más conocido como el EMO. Enseguida intentó levantarse, ofendido por el comentario de Ariel, pero la profesora se giró justo a tiempo.

—No quiero una risita más—los amenazó a todos con el ceño fruncido.

Nuevamente el silencio reinó en el salón de clases. El EMO aprovechó de sacarle el dedo del medio a Ariel, otros muchachos que estaban sentados cerca de él comenzaron a hacer gestos groseros que insinuaban que ambos eran pareja.

—Voy a partirle la cara a esos reparteros de mierda—masculló David para que solo su mejor amigo pudiera escucharlo.

—Ignóralos—le aconsejó Adrián y continuó escribiendo en su cuaderno de Literatura.

Cartas al robleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora