Libro 1: Capitulo 2

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Las estaciones se asomaban en cada alba.

Había pasado semanas desde la muerte de Chuuya, no comprendiendo los sentimientos que se arremolinaban en su pecho. Creía imaginar que se debía ante las cosas que no pudo decirle o ante las bromas que no pudo jugarle. Sus únicos pensamientos estaban guiados completamente dado a sus recuerdos, volviéndose doloroso en cualquier trayecto.

Tomaba una copa de vino en un viejo bar olvidado, donde alguna vez fueron tres los merecedores de secretos.

Vino.

Admiró dicho licor, moviendo la copa, liberando los olores que le recordarían siempre a Chuuya.

Recordaba su risa absurda cuando se salía con la suya. Recordaba su ceño fruncido cuando se enfadaba. Recordaba lo apasionada de su mirada cuando algo le encantaba. Recordaba las tonalidades de su cabello hecho un fuego sin fuero. Recordaba su voz e inclusive recordaba su cantar. Recordaba su olor. Recordaba su tacto. Recordaba su iris navegando.

—Maldición—susurró, pegando su frente en el dorso de su mano, ocultando la vergüenza que le daba ser él.

Le dolía todavía el hecho de imaginar, que, de haber sido de otra manera, hubiera tenido alguna oportunidad de hacer su vida con Chuuya. No importaba en qué aspecto. No importaba cómo, dónde o quién. Solo quería seguir divirtiéndose con la única persona que no lo juzgó por ser un ente sin sentido u personalidad. La única persona que aceptaba por completo su maldad, tanto como su paz. La única persona con la que podía jugar.

El cantinero vio la melancolía en aquel joven castaño, sintiendo pena por él al presenciar nuevamente como el amable corazón de un ser que sentía con cada fibra de su ser, quedaba hecha añicos ante la incomprensión de los lazos en algún ayer.

Por su lado, Dazai solo podía canalizar el dolor.

Retiró su frente del dorso de su mano, perdiendo su mirada en la fila de licores ordenados, imaginando que habría alguno en especial que podría gustarle a Chuuya.

—¿Qué precio tiene ese Petrus?—señaló la botella antaña.

El cantinero admiró dicha botella, apretando sus labios con la información que le daría al pobre detective.

—1,097,886 yenes, caballero.

Una cantidad inimaginable a gastar. No podría pensar que alguien podría comprar dicha botella que yacía más como el adorno de esa taberna vieja.

—La quiero—se ladeó un poco, sacando una tarjeta, cediéndosela al hombre.

Trabajo mucho tiempo en La Port Mafia sin sentir deseo alguno hacía alguna meta autoimpuesta. Trabajaba sin propósito alguno a coexistir, por lo que la inmensa cantidad de dinero hecho, para él no era realmente una necesidad a cubrir. Podía morir de inanición o deshidratación.

El cantinero abrió los labios en son de sorpresa.

No dijo nada, únicamente tomó dicha botella, sacudiéndola del polvo cubierto. Cuando la botella quedó impecable, se la cedió al caballero de mirada perdida, que admiraba dicha botella como si fuera su vida entera.

Era increíble la cantidad de melancolía que traspasaba por los ojos perdidos de ese carmín encendido.

Cuando pagó el costo, se levantó, tomando de un trago el vino que él mismo estaba degustando. Caminó hacia el exterior con una simpleza cometida, importándole poco que en sus manos yaciera un vino verdaderamente caro. Sus pasos solo eran guiados por su instinto, sintiendo que, con cada uno de ellos, los recuerdos de antaño fracturaban su voluntad, cerrando su garganta en un hueco interminable. Los recuerdos al caminar eran acompañados de un joven pelirrojo de 16 años de edad.

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⏰ Última actualización: Apr 19 ⏰

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