La Sombra Perdida

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—¿Donde...estoy?

Scary tenía la mirada clavada en el cielo. El sol estaba casi en su mediodía, pero ello ya casi poco le importaba. Hacía ya dos días que se había rendido a caminar, y había construido una balza pequeña, miserable, hecha con la poca energía y ganas que tenía. Y se había ido a llevar por el río.

Al principio de su travesía, había hecho lo posible por mantener el ritmo, la comida y las horas de sueño. Pero a medida que el hielo se derretía bajo sus pies, y que el invierno se volvía verano. Su Norte moral y físico daba la vuelta, o quizá solo seguía su curso natural al seguir adelante.

Hacía calor, el río era su fuente de agua y temía alejarse de él, estaba tan al norte que de seguro sabía que se dirigía al sur, dándole la vuelta al mundo que conocía. Se preguntó si era algún tipo de castigo, se preguntó cuál sería la razón. Cada vez que se le asignaba una misión, se daban las instrucciones exactas: a quién rescatar (o asesinar), cómo hacerlo, y cuándo volver. Pero se le hizo raro la falta de información que le habían dado para aquella misión.

El objetivo era la tan bien conocida Princesa del Fuego, la Princesa Perdida. Hace ya dieciséis años que había sido secuestrada, y su lamentable destino era desconocido. Sólo se sabía que había sido llevado al norte.

Nunca, en toda su existencia, La Guardia de la Paz había sido desplegada en tantos números. Se hizo necesaria no solo la colaboración de la Guardia Escarlata, de la Nación del Fuego, sino también de la Dorada, de la Nacion del Rayo, de donde venia el secuestrador.

Eso sumado a los dos regimientos que tenía la Guardia de la Paz: La Guardia de las Sombras y La Guardia Plateada, sumaron apenas cinco mil hombres para ir a su búsqueda. Cuatro ejércitos, cinco mil hombres, y por lo menos cuatro mil eran Escarlatas y Doradas; Incluso sin la derrota, significó un duro golpe a la imagen que se tenía de la Guardia de la paz, tanto externa como internamente.

Después de una casi guerra entre las naciones del Rayo y Fuego, las cuales solo fueron solucionadas tras repentinas y muy convenientes muertes de los reyes enemigos, y fácilmente reemplazados por reyes que solucionaron todo en paz.

Tal vez fue por ello que Scary no sospechó de lo raro que era. Las primeras tres misiones fueron en los tres primeros años de desaparición, pero tuvieron que ponerle un alto antes las voces de guerra entre las dos naciones. Aquellos años fueron los más pesados ​​​​para la guardia.

Pasaron diez largos años de misiones de asesinato y silenciamiento. La noticia de la derrota de la Guardia de la Paz recorrió el continente como si fuera polvora, y en menos de una semana ya se cantaban burlas en los bares de las Islas de Piedra, Las Junglas de Agua, y los Valles del Viento. Y con ellos, voces de rebelión se alzaron en son de burla, que rápidamente se volvieron reales.

Diez años de duro trabajo, que habían costado la vida de cientos de Sombras, hermanos jurados de Scary, pero de ellos, ni uno solo le importó en absoluto. Diez años, para que vuelvan a centrarse en el origen del problema. Un problema que le carcomía desde que sucedió.

<La princesa perdida>, así la conocían todos. Pero Scary la conoció por otro nombre <Alexia>.

Aquel nombre le hizo parpadear para que las lágrimas no salieran. Dieciséis años, ¿qué habría sido de ella? ¿Seguirás viva siquiera? No se había parado a cuestionar aquello. ¿Cómo estaba tan segura de que seguía viva? ¿Y por qué ahora se lo cuestionaba?

Tal vez después de recorrer el camino que siguieron sus secuestradores, se dio cuenta de que tal vez ni siquiera llegaron tan lejos.

<Los Secuestradores> los conocían los demás, pero Scary los conoció por sus nombres reales: <Yarlax, y Yarlon>, hermanos mellizos.

Aun recordaba la última vez que la vio, hacía casi veinte años, en algún momento de su instrucción como Sombra. A penas en unos meses, Alexia le había dado más cariño del que había recibido en sus cortos años de vida.

Un ser iluminado en su memoria, alguien que jamás le habría hecho daño a nadie, con una sonrisa dulce, cabellos rizados y rojizos, pecas manchando su rostro, y una actitud amable. <Si no hubiera sido secuestrada —pensó—, habría sido una princesa amada por su pueblo>.

Tenía penas catorce años cuando la noticia de un secuestro llegó a oídos de la Guardia de las Sombras, y empezaron a movilizarse. No pensó que la princesa de la que hablaban era la princesa del Fuego. De haberlo sabido, Scary habría desobedecido la orden de quedarse en el cuartel, ya que la misión era de extremo riesgo, y necesitaban a los mejores.

Doscientas Sombras fueron asignadas para unirse al ejército aliado del Fuego, el Rayo y la Guardia Plateada. Sólo una volvió, y con heridas que le acompañarían toda la vida.

No hubo una sola noche que no soñaría con irse al norte ella misma. Qué ingenua había sido. No hubo una sola noche que no soñaría con traer las cabezas de aquellos hermanos desalmados que la habían secuestrado. Una niña estúpida, sin duda.

Y ahí estaba ella, con su sueño cumplido, flotando a la deriva sobre una balsa mal hecha, buscando a dos hermanos que posiblemente murieron de hambre hace muchos años, kilómetros detrás de donde ella estaba. Yendo a rescatar a una princesa que posiblemente ni se acordará de ella, una simple, delgada y golpeada niña; Seguro una de las tantas a las que cuidó y dio cariño y comida. Una princesa que posiblemente haya sido la primera en morir de los tres.

Se sintió tan inútil, tan sola, tan muerta. ¿Cuál habría sido su pecado, como para merecer semejante castigo? No lograba entenderlo.

Alzó su mano al cielo, se la miró por varios segundos. Manos con rastros de ampollas, fruto de los entrenamientos, algunos tan viejos, del tiempo de su instrucción. Con su otra mano sintió el cuero del mango de su espada, sintió el pomo, y sin verlo pudo dibujar en su mente la forma del Águila que había adornado el pomo desde que ingresó como Sombra, con un metal negro como sus cabellos, y ojos como El color de su nación, Verde.

Dejó caer su mano sobre la balsa, sintiendo como ésta se agitaba ligeramente. No le dolió, ya no sentí nada. Tenía el agua cerca, pero no se animaba a beber. No había comido desde que se dejó llevar por la corriente, pero no se animaba a cazar.

Sus energías ya no existían, sentía como si ya nada le importara, ni siquiera cuando la balsa comenzó a avanzar más rápidamente, agitándose y girando, balanceándose y acelerando cada vez más. No le importó cuando esta finalmente chocó con una roca y se destruyó por la velocidad. No le importó cuando, por el peso de su armadura y capa negras como la noche, se hundió como una piedra. No cerró los ojos cuando éstos se llenaron del agua cristalina, pura y virgen.

Sólo observó al sol, agitado y detrás de la capa de agua que cada vez se hacía más gruesa. Incluso entonces la vio. Tan hermosa, tan radiante, con los mismos rizos rojizos y pecas; Esa misma piel blanca que con tanto cariño recordaba.

Esos ojos amarillos dorados, semejantes al oro líquido...¿Por qué no lo había notado antes? ¿Por qué lo grababa ahora? Era como si fuera real, tiraba de su cuerpo como si tratara de sacarla del agua.

Sonrió, tristemente. Era tan real frente a ella, extendiendo su mano a su mejilla, su tacto fue tan real que casi la hacen llorar.

—Lo siento —alcanzó a decir bajo el agua, sus palabras se volvieron burbujas y subieron hacia el rostro de Alexia.

Ella intentó decir algo, pero las burbujas se formaron en sus mejillas y subieron detrás de ella. Scary finalmente cerró los ojos y llegó al suelo, arenoso, con piedras cada tanto. Y entonces, sólo entonces, momentos antes de perder la conciencia, lo recuerda.

Los ojos de Alexia eran rojos, no dorados.

El Precio de la Paz - La Misión del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora