La Casa en el Bosque (I)

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Scary abrió los ojos, alarmada, como despertando de una pesadilla. Se descubrió desnuda, cubierta por una capa de lana de cabra, delante de los restos de una fogata. El sueño que había tenido se le iba escapando de su memoria, como el agua recogida por una mano abierta.

Pero un solo detalle recordaba con claridad: el rostro de Alexia, con los ojos dorados del Rayo. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué había soñado algo así? ¿Hacía tanto tiempo ya, que no recordaba la apariencia de Alexia?

¿Y si no había sido un sueño?

Miró a su alrededor, cuidadosamente. No reconocía esa capa de lana, ni tampoco recordaba haber dormido en el suelo.

¿Y si todo lo de la balsa había sido un sueño también? Imposible. No recordaba haberse desnudado nunca antes de dormir. Se levantó lentamente con el ceño fruncido.

¿Y si no había sido un sueño? ¿Quién la había salvado? Alguien, una respuesta rápida e innecesaria, pero que se volvió espeluznante, tomando en cuenta que era la única persona en ese lado del mundo.

Los únicos que podrían estar de ese lado, eran los secuestradores de Alexia. Y entonces todo cobró sentido.

No había sido un sueño. Y aquello le erizó la piel.

Dio un paso, y casi tropieza con su armadura, cuidadosamente colocado al lado de ella, en orden, pieza por pieza. Levantó la mirada, esta vez cerca de ella, y vio también su mochila, junto a su arco, carcaj, y espada, al lado de donde estaba su cabeza.

Aquello la desconcertó, pero lo que vio al lado del fuego la hizo temblar.

Hacía cinco días que no daba bocado a nada que no sea agua, el tiempo suficiente como para que ella, una Sombra, miembro oficial de alto rango de La Guardia Negra, con diecisiete años de servicio y experiencia, millares de misiones exitosas, un símbolo para las generaciones más jóvenes de Sombras; dejara de pensar claramente.

No se preguntó de dónde venía la harina de aquel pan, ni como la habrían fabricado, no se preguntó quién había ordeñado la leche que le supo como miel, ni quién había cazado aquel conejo. En su mente solo cabía que aquella comida era la más deliciosa que había probado en su vida.

Solo cuando quedaban migajas de pan, restos de leche dentro del cuero, y huesos del conejo, se lo preguntó. Y se avergonzó.

No supo como reaccionar. ¿Tan desesperada estaba? ¿Tan fácil era hacerla caer?

La vergüenza le recorrió el cuerpo, estuvo por gritar, pero la voz no le salió. Quiso llorar, pero las lágrimas no salieron. Solo se puso la ropa y la armadura, se colocó el cinturón donde colgaba su espada y daga, y continuó su camino.

Si había sido rescatada, su salvador no debería estar lejos. Y si usaba la cabeza solo un momento, sabía perfectamente quién podría haber sido. No volvería a dudar. No podía dudar.

Y cuando vio una columna de humo a lo lejos, descubrió dos cosas: que no estaba lejos, y que el sol ya casi estaba en su mediodía.

Scary avanzó silenciosamente por los caminos invisibles del bosque, siguiendo la columna de humo hasta su origen. No estaba lejos, a lo mucho a dos kilómetros, por lo que aún podía encontrar sorpresas. Como la que acababa de suceder. Se juró que no volvería a pasar.

El canto de las aves, el agua del río chocando con las rocas, el viento silbando entre las hojas de los árboles. Con ese silencio, todo detalle se escuchaba. Y para el oído de Scary, que incluso para los del Viento, era bastante más sensible, todo era una advertencia. No desenvainó, temió que, en el silencio, se escuchara muy fuerte, por lo que caminó, con la espada en su cintura, y su arco en la espalda, junto al carcaj.

El Precio de la Paz - La Misión del VientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora