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Matías había decorado toda su casa. Las paredes habían sido adornadas con cortinas de cotillón rosa, dos globos grandes mostraban la edad que acababa de cumplir, había preparado mucha comida para sus amigos y las veintiún velas se encontraban alineadas sobre la torta de chocolate.

Pero a pesar de que su casa luciera como el lugar más feliz y colorido del mundo, había un miedo que dolía en lo más profundo de su corazón.

Su familia lo sabía y sus amigos se habían dado cuenta rápido. No era ninguna sorpresa que Matías amaba sus cumpleaños y siempre elegía la opción más extravagante para festejarlo. En otro momento hubiera optado por hacer una fiesta a la noche, comprar mucha bebida y obligar a todos a salir. U otra de las ideas dignas de la cabecita del cumpleañero podría haber sido arrastrarlos a todos a un karaoke para cantar a los gritos.

Pero esas habían sido ideas utilizadas años anteriores y este año no tenía intención de reciclarlas. Le había pedido a su familia que este año el festejo sea más tranquilo, y con preocupación en sus rostros aceptaron.

A Virginia le dolía ver a su flaco tan decaído, pero al mismo tiempo, tan concentrado comprando decoración, harina, huevos, chocolate y encerrándose por horas en la cocina. Ni siquiera es que en algún momento había sido un gran fan de la repostería. Lamentaba de verdad, con todo su corazón, que Enzo y Matías hayan terminado su relación una semana antes de su cumpleaños.

A ver, Virginia no entendía los motivos de la separación porque su hijo jamás se los había explicado, pero si pudo notar que Enzo los visitaba cada vez menos, así como Matías ya no salía tanto de su casa.

A veces Enzo solo llegaba, saludaba y se llevaba a Akira para pasearla sin que Matías saliera de su habitación. Ahora todo lo que sabía es que había pasado a ser su ex y que la perrita miraba la puerta todas las tardes esperando por una visita que no iba a llegar.

Y así como ella esperaba, su dueño también lo hacía.

Se sentía como un egoísta. De a poco fueron llegando sus amigos y la poca familia que tenía en Italia. Luka llegó con Valentín y le regalaron una corona para que luciera en su cabeza, robándole alguna que otra sonrisa y obligándolo a sacarse fotos con el accesorio.

Matías no quería sacarse fotos. ¿Desde cuando Matías esquivaba las cámaras? Si desde que había nacido le gustaba bailar y cantar frente a ellas.

Más tarde llegó Franco, llegó Fede con Baltasar y Agustín con Facundo, de la nada su casa estaba llena de gente, pero por dentro se sentía muy vacío. El simplemente no quería apagar las velas aún, todavía no, quería pedir su deseo con Enzo a su lado, porque si no iba a tener que gastarlo en pedir que volviera.

Porque ahora entendía que había sido un error haber dejado ir a su novio, que a pesar de algunas diferencias y malentendidos lo amaba con toda su alma. Ninguno había querido lastimar al otro, pero ahora el corazón de Matías se partía, más aún cuando su abuela, con algunas fallas en la memoria volvía a preguntarle donde estaba Enzo. Matías se preguntaba lo mismo y le rogaba a todos los cielos que Enzo apareciera por esa puerta. Su mirada no podía salir de ahí.

"Que lastima, era un chico tan bonito, encima era grande y se veían tan bien juntos, Hubieran tenido hijos de ojos claros."

Matías se hubiera reído con las ocurrencias de su abuela, como cada vez que ella les decía que iban a tener hijos de ojos claros. Nada más que ahora había dicho "hubieran" y Enzo no estaba para molestarlo diciendo que lo iba a embarazar, haciendo que se pusiera rojo frente a toda su familia.

Extrañaba tanto el día a día con Enzo, extrañaba sus abrazos, sus besos. Extrañaba dormir acompañado y tener a alguien para contarle todas sus ocurrencias antes de dormir. El domingo lo extrañó en el almuerzo familiar y ahora que era lunes, parecía que su familia lo extrañaba también porque inconscientemente habían guardado un lugar para el a la hora de almorzar. Ellos también estaban esperando que llegara.

"Pero cambia la cara flaco, se supone que es divertido cumplir veintiún años".

Habló esta vez su papá cuando se encontraron solos en la cocina, justo cuando Matías fue a buscar más sanguchitos para llenar los platos. Claro, era fácil para el decirlo cuando a esa edad ya había conocido a su mamá y ya habían empezado a planificar su vida juntos. Ahora Matías tenía que empezar todos sus proyectos de cero, borrando de su lado a la persona que más había amado.

La hora pasaba y algunos de los invitados tenían que irse, así que apuraron a Matías a apagar las velitas. Por cada una que prendía podía nombrar algo que amaba y extrañaba de su ahora exnovio.

Uno, sus ojos, esos que lo miraban con amor, con deseo, con ternura y con pasión. Dos, sus manos, tres, las caricias que le daba con ellas, y cuatro, lo mimado que lo hacía sentir. En el quinto lugar seguían sus brazos, que lo cargaban a todos lados y en donde pasaba a sentirse pequeño, y sexto su voz. Nunca, jamás en la vida, iba a poder olvidar como sonaba su nombre dicho por sus labios.

Si, numero siete, sus labios, esos que le dieron los mejores besos de su vida y le regalaron las palabras más lindas del universo. Esos que le dijeron el primer te amo que hizo saltar su corazón. Ocho, sus cachetes. Era su gran tarea y compromiso llenarlos de besitos cada mañana.

Nueve, su espalda, esa a la que se abrazaba con fuerza y que lo cargaba a todos lados. En diez, once y doce podía agregar algunas cosas no aptas para pensar enfrente de su familia pero que también ama mucho de Enzo, asi como sus abrazos simbolizados en la vela numero trece.

Catorce, su cariño por Akira, increíblemente una de las cosas que más lo enamoraron al ver que la trataba como si fuera su hija. De alguna manera lo era. Quince, su moto, porque amaba ir abrazado a él, o cuando cuidaba de que se pusiera bien el casco. Si, eso ponía a su virtud de cuidado y protección en el puesto dieciséis.

Diecisiete, a sus suegros, que lo habían hecho sentir como a un hijo más, como parte de la familia y dieciocho a su hermano, que también se había convertido en un hermano para él.

En el lugar diecinueve, ya casi llegando al final, diría que también ama de Enzo su sonrisa y su risa, amaba hacerlo reír, a veces decidía a propósito ser su payaso personal solo para poder verla una y otra vez. La vela numero veinte sería el lugar donde se conocieron, una historia que se guardaron para ellos y que moriría como un secreto compartido por ambos.

El veintiuno era su ultimo beso justo antes de irse de su vida.

Cada una de esas cosas pasaban por su mente en ese momento y las velas empezaban a derretirse. Aunque Matías hubiera deseado con toda su alma pedir veintiún deseos y que todos ellos fueran que Enzo volviera, había leído que cuando uno sopla las velas debía pensar en todo aquello que quería que vuele de su vida.

Así que pensó en esa lista de veintiún cosas que ama de Enzo y poco a poco fue apagando el fuego de cada una, estando listo para despedirlo y dejarlo ir hasta que al final la llama de su amor se haya apagado por completo. Primero se despidió de sus ojos, luego de sus manos, después de sus caricias. Así hasta dejar de sentir a Enzo sobre su piel y sobre su corazón.

Le dolió despedir los momentos, aquellas cosas que no podía contar, y su pecho dolió aún más cuando pensó en Akira y sus paseos en familia.

Los aplausos se escucharon y Matías se dio cuenta de que había apagado las veintiún velitas. Su mamá le extendía un cuchillo para que cortara las porciones de torta y Valentín dispersaba el humo que quedaba con sus manos.

En ese humo, Matías se despidió de Enzo para siempre y no volvió a mirar la puerta.

veintiún velitas - matienzo (matiweek)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora