2- emuná

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Cada golpe contra el piso resonaba en su cabeza, dejando un eco de dolor. Al intentar respirar, sus pulmones se llenaban no solo de aire, sino también de sus propias lágrimas y el sabor metálico de la sangre que brotaba de su nariz. La rutina de maltratos hizo que su esfuerzo en defenderse se desvaneciera.

—¡Ya fue, Gastón, nos vamos a meter en un quilombo!—gritaba Felipe intentando separarlo del rubio.

—Como si alguien le importara un pito esta putita llorona—dejaba un húmedo beso en su cuello, donde la piel se estremecía en repudio y anhelo de libertad.

Casi inconsciente, Francisco luchaba por apartarlo de encima, mientras este forcejeaba para despojarlo de sus pantalones.

—¿Ahora te haces el machito? ¿No era que te gustaba esto?—la voz cargada de sarcasmo y desprecio se deslizaba en el aire como un cuchillo afilado, como si estuviera disfrutando del tormento ajeno.

—¡D-déjame, enfermo!—las palabras apenas lograban escapar entre sollozos entrecortados mientras lágrimas ardían en sus mejillas.

Francisco despertaba sobresaltado, envuelto en una pesadilla que se repetía una y otra vez, como un eco de sus miedos más profundos. El sudor adornaba su frente y sus manos temblaban con una intensidad que parecía sacudir todo su ser. Los ojos enrojecidos reflejaban el tormento interior que lo agobiaba, mientras las lágrimas brotaban sin control, como un torrente liberador de emociones reprimidas

Sus piernas temblaban con una fuerza que amenazaba con hacerlo caer de la cama, su angustia se manifestaba físicamente en cada músculo de su cuerpo, ahogándolo en un mar de desesperación. Las náuseas lo invadían con tal violencia que provocaba que su estómago se retorciera en espasmos de dolor. El sabor amargo del miedo se mezclaba con el ácido que le subía por la garganta en un intento de respirar con normalidad.

Desesperado, buscaba refugio en las sábanas, aferrándose a ellas como si fueran su única conexión con la realidad. Pero, incluso así, no encontraba consuelo. El llanto brotaba de lo más profundo de su ser, desgarrando su alma con una intensidad que parecía no tener fin.

Y así, entre sollozos y susurros de angustia, se sumía en un sueño agitado. Pero esta vez, quizás, había una pequeña luz de esperanza, una chispa de valentía que se negaba a apagarse por completo, prometiéndole que, algún día, encontraría la paz que tanto anhelaba.

 Pero esta vez, quizás, había una pequeña luz de esperanza, una chispa de valentía que se negaba a apagarse por completo, prometiéndole que, algún día, encontraría la paz que tanto anhelaba

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Esteban convirtió su nueva habitación en una especie de guarida personal, apenas saliendo de ella para satisfacer sus necesidades básicas. Comer, bañarse y otras necesidades esenciales. Insistía en encerrarse en ese capricho, rechazando la idea de aceptar su nueva vida. Su padre, resignado, dejaba de buscar peleas, sabiendo que no llegarían a ningún lado. Además, su constante ausencia debido al trabajo hacía que tuviera poco control sobre la situación en casa.

Muñeco de Porcelana | Esteban x Francisco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora