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La sala de enfermería estaba llena de agentes del Servicio de Seguridad Estatal que rodeaban el perímetro y los interrogaban sobre el intento de secuestro. Damian estaba siendo atendido por la enfermera que, cuidadosamente, curó cada pequeño raspón que encontraba en el cuerpo del niño, Anya con suerte había salido ilesa del enfrentamiento y no necesito más atención que la de darle un dulce por su buen comportamiento. Los agentes de la SSS eran cuidadosos con su interrogatorio al tratarse de unos niños que acaban de vivir una situación límite y, bajo la fachada de simples policías o trabajadores del ayuntamiento, trataban de sacarles toda la información que podían.

Aunque Anya era capaz de armarles un informe detallado sobre los secuestradores y su organización, estaba lo suficientemente cansada por la acción como para hacer el trabajo de los agentes calificados. Aprovechándose de su apariencia dulce e inocente, evadió la mayoría de preguntas de los agentes, diciendo que ella solamente iba pasando cuando vio a Damian siendo llevado a la fuerza y decidió salvarlo porque su noble corazón no le permitió hacer la vista gorda ante semejante crimen.

Los agentes del gobierno se tragaron su relato fácilmente porque tenía la apariencia de ser solo una niña algo boba. Damian en cambio la miraba de reojo, como si estuviera tratando de descifrar algo en sus palabras, o eso suponía Anya porque en realidad la mente de Damian estaba muy callada, a veces se colaban algún que otro pensamiento pero eran sólo fragmentos incompletos que entre el barullo de mentes no podía captar del todo.

—¿Está segura que no puedes describirnos mejor a los tipos malos señorita? Quizás algún detalle se le haya escapado —dijo uno de los agentes más jóvenes.

—Estoy segura señor, estaba demasiado concentrada en salvar a Damian como para fijarme en pequeños detalles. —Anya sonrió mientras desenvolvió otro de los caramelos que la enfermera le había dado para que se quedase quieta.

El oficial frunció el ceño con algo de disgusto al anotar las últimas palabras que dijo en un bloc de notas que tenía en la mano. Por un momento abrió la boca con la intención de seguir insistiendo en que debía acordarse de algo sobre los atacantes, pero uno de sus superiores, con una cicatriz bastante fea en la cara, lo detuvo.

—Deja a la niña en paz Yuri, ya ha dicho suficiente.

El agente Yuri asintió con la cabeza y se dirigió por última vez a los niños.

—Solo una pregunta más, ¿cuántos años tiene cada uno? —dijo moviendo su bolígrafo señalandolos a Damian y Anya.

—Tengo trece años señor —habló Damian primero.

—Yo igual —dijo Anya la mentira ensayada que repetía cuando le preguntaban su edad.

Yuri volvió a anotar en su libreta y se fue dejando solo a su superior cerca de los niños.

—Sus padres ya fueron informados sobre su incidente y que están a salvo, seguramente ya vendrán a recogerlos, hasta entonces se quedarán aquí con nosotros.

Sin más que decir, el superior de la seguridad se fue a ver como les estaba yendo a los encargados de encontrar al resto de los secuestradores que habían escapado.

—Mi trabajo ha terminado. —La enfermera se puso de pie, luego de terminar de colocar la última gasa en la pierna de Damian. —¿Quieren que les traiga algo de comer, niños?

—No, gracias —rechazó Damian, a la vez que tenía los ojos clavados en el piso, disociado de la realidad.

—Puede traeme una bolsa de maní, por favor —dijo Anya sonriendo y mirándola a los ojos con ternura.

—Por supuesto que sí cariño. Enseguida vuelvo.

Cuando la enfermera se fue, Anya y Damian quedaron solos, la puerta era lo que los separaba de los agentes de seguridad estatal y el caos de la escuela por el incidente en sus instalaciones. Damian seguía mirando al piso, sin prestarle atención. Anya ya se estaba preocupando por lo silenciosa que estaba su cabeza.

La esper y el segundo hijo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora