Capítulo 2: La charla de Oliver (Corregido)

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¿Quién conoce a un hombre enamorado? Desde luego que Victoria no, y tampoco los padres de Oliver, que estaban sentados en el sofá con unas tazas humeantes de café, escudriñando a su hijo con la mirada.

—Ella vendrá aquí —dijo Oliver—, la recibiré y se quedará unas semanas. ¿Qué les parece?

En plena reunión, Oliver compartió la noticia sobre Victoria con sus familiares, quienes intercambiaban miradas vacilantes entre sí. Se podría decir que Oliver irradiaba felicidad, si no fuera por los nervios que le jugaban en contra. No importaba cuán fascinado él estuviera, su familia comprendía que trasladarse de un lugar a otro no era tan simple como él lo hacía parecer, y eso Oliver lo sabía mejor que nadie. Aun así, disfrutaba siendo optimista.

—Yo no confiaría en Oliver enamorado —dijo su primo, Fredrik, en un tono despreocupado.

Aunque se trataba de una broma, no había sido el momento más oportuno para hacerla, ya que sus familiares no podían estar más de acuerdo con las palabras de Fredrik.

Oliver solía ser lo que algunas personas consideraban un romántico empedernido. Sus relaciones anteriores no habían sido buenas, pero él también tenía defectos. Y aunque aprendía de cada error suyo, persistía en la ilusión de que algún día conocería al amor de su vida (pero era de esas ideas que no compartiría con nadie estando sobrio).

Hacía mucho frío y afuera estaba lloviendo; a pesar de ello, el entusiasmo se encargó de abrigar el cuerpo de Oliver. El joven se recargó en la repisa de la chimenea y buscó con la mirada a sus padres. El resto de su familia vería a Victoria de forma ocasional, pero sus padres tendrían que convivir con ella durante varias semanas. Debía enfrentarse a ellos.

Tras la lucha casi imperceptible de Oliver por conseguir la atención de sus padres, Rin y Hans no tuvieron más remedio que sucumbir a la intensa mirada de su hijo. Sin embargo, fue la expresión en el rostro de su madre lo que terminó por desestabilizar a Oliver.

—¿Por qué haces esa cara, mamá? —preguntó Oliver, con gesto ceñudo.

Rin trató de encontrar las palabras adecuadas, pues no quería herir los sentimientos de su hijo. Oliver poseía la terquedad de un toro, pero era tan sensible y vulnerable como un pequeño cachorro.

—Hijo —suspiró su madre—, lo entiendo. Estás emocionado. Pero, ¿no crees que sacarla de su país tan rápido la pondría muy triste?

—Por eso le daré una semana para que se despida antes de venir aquí —dijo Oliver, enardecido. Pero la alegría pronto se esfumó, dando lugar a un berrinche infundado—. Sus padres la tuvieron toda la vida, yo podré verla durante un mes. Creo que mi situación es mucho más dolorosa, ¿no crees, Fred?

Fredrik asintió y se echó a reír. No comprendía ni la mitad de lo que estaba sucediendo, pero oponerse a los padres siempre había sido su fuerte.

Rin se cruzó de brazos y ojeó a Oliver de pies a cabeza. Ella sabía que su hijo estaba exagerando con el fin de persuadirla. No iba a dejar que él tomara una decisión precipitada, por lo que se permitió diferir:

—No —dijo Rin—. Por muy grande que sea su hija o por mucho tiempo que hayan pasado junto a ella, no quiere decir que quieran tenerla lejos, Oliver.

—Rin tiene razón —opinó su tía Mary—. Fred me vuelve loca, pero no me gustaría que lo alejaran de mí.

El sermón de su madre hizo dudar a Oliver. Él tenía claro que, si Victoria quería volver a su casa para Nochebuena y Navidad, él la dejaría ir. Forzarla a quedarse para siempre no estaba en sus planes.

De la nada, Fredrik empezó a carraspear para llamar la atención de Oliver.

—¿Te doy agua, Fred? —Oliver lo miró con una ceja arqueada—. ¿O me la vas a escupir en la cara para que te haga caso?

Frío, frío paraíso [EN CURSO] #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora