「 ✦ Nerissa, la última hermana de las cincuenta hijas de Nereo. ✦ 」
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Nadie podía anticipar que el desenlace de la batalla culminaría con la inesperada muerte de Poseidón. El asombro se apoderó de las divinidades que desde sus gradas contemplaban el devenir de los acontecimientos, incapaces de asimilar la magnitud de lo sucedido en un fugaz parpadeo. Un silencio sepulcral envolvía a cada dios presente, aunque los gritos euforicos de la humanidad, finalmente victoriosa tras dos derrotas consecutivas, se alzaban como un telón sonoro que amenazaba con opacar la solemnidad del momento.
Desde una de las habitaciones más apartadas del inmenso Valhalla, una nereida de mirada amatista contemplaba en un sepulcral mutismo a través de una pantalla los sucesos que habían acontecido. Sus ojos brillaban con una intensidad hendida de tristeza, pero su rostro permanecía impasible, sin permitir que una sola lágrima escapara, aunque en su interior sentía cómo su corazón se desgarraba en un dolor insoportable.
Su esposo había muerto, arrebatado de su lado sin que pudiera extender su mano en un acto de rescate. Un suspiro agónico escapó de sus labios, impregnado de impotencia y dolor.
Sus ojos, reflejo de su alma desgarrada, se sumieron en un abismo de melancolía. Como estrellas apagadas en la vastedad del cielo, su brillo se desvaneció, eclipsado por el peso de la tristeza que se posó sobre ella. Lentamente, como pétalos de una flor marchita, sus párpados se cerraron y se abrieron en un compás pausado, como si cada parpadeo fuera un lamento en sí mismo.
-Supongo que así es como acaba todo-
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-Tu esposo murió, pero no te ves muy afligida-
Los ojos de Nerissa nunca se elevaron para encontrarse con la mirada de Zeus, sino que permanecieron cautivos, inmóviles, como si estuvieran hipnotizados por el té humeante que danzaba en espirales dentro de la taza de cerámica. En su semblante, un velo de serenidad ocultaba la tormenta que asolaba su corazón, pues en lo más profundo de su ser, ella ya había muerto.
Llorar en silencio se había convertido en una costumbre que había cultivado con el implacable paso del tiempo. Se mantendría impertérrita ante los demás, como la auténtica soberana que desplegaba su majestuosidad.