Prefacio

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En los pasillos de la preparatoria, mi vida se desplegaba como un libro de páginas arrugadas. No era la protagonista de las fiestas ni la heroína de los romances adolescentes. Mis preocupaciones se aferraban a las notas en mis exámenes, a las líneas rojas que marcaban mis errores. El sexo y las aventuras amorosas quedaban relegados a un segundo plano, como personajes secundarios en mi historia.

¿Por qué? Quizás porque la normalidad se había infiltrado en los muros de la escuela. Las risas, los secretos compartidos en los pasillos, las miradas furtivas en el aula; todo eso se volvía rutina. No había espacio para el deseo, para la pasión. Las hormonas adolescentes se escondían detrás de las ecuaciones matemáticas y las fechas históricas.

Y así, sin novios ni amores efímeros, me sumergí en la monotonía académica. Pero la vida, traviesa y caprichosa, tenía otros planes. Un día, acepté un trabajo como asistente. No sabía que estaba a punto de abrir una puerta hacia un mundo de egos inflados y vanidades desmedidas.

El narcisista, con su sonrisa arrogante y su mirada desafiante, se convirtió en mi jefe. Sus palabras eran como espejos que reflejaban su propia grandeza. Cada tarea que me encomendaba era una oportunidad para admirarse a sí mismo. Y yo, atrapada en su juego, me convertí en la espectadora de su teatro de vanidades.

¿Por qué acepté ese trabajo? ¿Por qué no hui cuando vi las primeras señales de su egocentrismo? Quizás porque, en el fondo, anhelaba algo más que calificaciones perfectas y libros de texto. Tal vez buscaba una historia que me sacara de la monotonía, que me hiciera sentir viva.

 No sé si es el comienzo de una gran historia o simplemente una anécdota más en mi vida. Pero una cosa es segura: el narcisista y yo estamos destinados a colisionar en estas páginas. ¿Será un choque de egos o una danza de almas perdidas? Solo el tiempo lo dirá.

En los ojos de venusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora