CAPÍTULO TRES

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"No tuvieron un final feliz, pero sonrieron todas las horas que pasaron juntos... sólo por eso, valió la pena".

-Mario Benedetti

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¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? Tal vez una o dos horas. Afuera, la lluvia sigue cayendo a cántaros.

Intento levantarme, pero no puedo; todo mi cuerpo duele. Trato de apoyarme en los muebles de la habitación. No veo a Eren por ninguna parte. Necesito saber qué pasó con mi bebé.

Recorro cada habitación, pero no encuentro rastro ni de Eren ni de mi bebé. Justo cuando estoy a punto de salir, lo veo por la ventana: Eren, completamente empapado, sosteniendo una pala en sus manos.

La visión se me nubla y me esfuerzo por mantenerme en pie. Me tambaleo hacia la ventana, tratando de enfocar mi vista en su figura. La lluvia lo empapa completamente, y la pala que sostiene parece brillar bajo el débil resplandor de los relámpagos.

Mis piernas ceden, y me apoyo en el marco de la ventana, temblando de frío y desesperación. Cada paso hacia la puerta es pesado y doloroso. La lluvia ha convertido el suelo en un mar de barro, y me esfuerzo por llegar hasta Eren. Su postura es rígida, casi como si estuviera en estado de shock, y su mirada está fija en un punto donde la tierra está removida.

—Eren, ¿dónde está nuestro bebé? — mi voz es un susurro quebrado, apenas audible sobre el rugido de la tormenta.

Eren levanta lentamente la vista. Sus ojos están llenos de lágrimas y una tristeza profunda que no puedo comprender. No responde, pero su mirada se dirige hacia el hoyo recién excavado.
Mi corazón late con fuerza mientras me acerco a la tierra removida. Con manos temblorosas y lágrimas que se mezclan con la lluvia. Empiezo a cavar desesperadamente, sintiendo el barro frío y pegajoso bajo mis dedos.

Lo único en lo que puedo pensar es que mi bebé no puede estar muerto.

Finalmente, la tierra cede y descubro algo envuelto en una manta. Con el alma en un hilo, retiró la manta y reveló el pequeño cuerpo de mi bebé, pálido y frío. Un grito ahogado escapa de mis labios mientras lo abrazo; la realidad se desploma a mi alrededor. El dolor es insoportable. Quiero gritar, golpear el suelo, hacer que todo esto desaparezca, pero no puedo.

Siento que todo se nubla a mi alrededor.

Escucho una voz que me llama. Es la de Eren.

— Mikasa, despierta.— siento una mano cálida sobre mi hombro, sacudiéndome suavemente. Abro los ojos de golpe, respirando agitadamente, y veo a Eren arrodillado junto a mí, su rostro bañado en preocupación.

— Mikasa, ¿estás bien? — pregunta, sus dedos aún aferrados a mi hombro.

Parpadeo varias veces, tratando de despejar la confusión de mi mente. Miro a mi alrededor; estamos en nuestra habitación. La lluvia ha cesado, y no hay rastro de barro, pala ni tierra removida.

— Estabas llorando mientras dormías.

— ¿Qué? Yo no estaba…— al tocar mi rostro, me doy cuenta de que es verdad. Entonces recuerdo la razón por la que lloraba: esa horrible pesadilla.

— Eren, dime, ¿dónde está mi bebé? — le pregunto con miedo, temiendo que la pesadilla sea real.— Él está…

— No, ella está bien. — interrumpe, tratando de calmarme.

— ¿Ella? — repito, confundida

— Sí, tuvimos una niña. — dice, y veo cómo su rostro se ilumina. Las lágrimas vuelven a mis ojos, pero esta vez son de felicidad.

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⏰ Última actualización: Sep 15 ⏰

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