LAS DECLARACIONES DE AMOR EMPIEZAN POR EL SILENCIO

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Si tuviera que hacer una declaración de amor, querría que tuviese tantos silencios como palabras. No bastaría un caudal de proclamas, ni adjetivos buscados con precisión para describir a quien amas.

No sería suficiente con plasmar la belleza de los sentimientos en un discurso preciso. Ni siquiera la hondura de una promesa, por más sincera que fuera mi voz, al decir: «Te quiero». En la pareja, en la amistad, en la compasión, en tantas formas como toma el amor en nuestras historias.

Las declaraciones de amor empiezan por el silencio.Al menos por el silencio propio. Para hacer sitio. Para dejar paso. Para dar entrada en tu vida a los otros. Así, callado, empiezas mirando. Y, en ocasiones, admirando. Contemplas la vida de los otros. El brillo alegre de sus ojos ante las satisfacciones cotidianas: comer un helado, pasear sin urgencia, una conversación risueña, describir a alguien que ilumina su vida, hablar con ilusión de un proyecto...

Aprendes también a ver sus lágrimas, y si atiendes lo suficiente, no solo las que a veces bañan su rostro, sino las otras, las de dentro, las que en ocasiones se enmascaran tras una mueca, porque nos da miedo que la tristeza se confunda con fracaso. Pero sí, a veces una mirada extraviada, un gesto de nostalgia, o un cambio de entonación repentino traen el eco de esos llantos interiores.

Aprendes también a escuchar el idioma de la risa. Hay quien dice que cada persona tiene una risa única. Pero no es verdad. Cada persona tiene  varias risas distintas. Las hay más efímeras, puntuales, cumplidoras, que ocultan seriedades o indiferencia. Las hay también frívolas, triviales, o anecdóticas. Pero hay algunas risas sinceras, alegres, relajadas. Esas que brotan cuando de verdad estás en paz, y confías, y el afecto fluye. Cuando la gente se ríe así, compartiendo su dicha profunda, ya te enamoras un poco. El sigilo de quien contempla ayuda a comprender también algunas tormentas. Porque los otros también se enfadan. Hablan fuerte, gesticulan, critican, condenan, opinan, casi siempre en genérico, sobre los temas del día, la política, la economía, el deporte… Hay otros instantes en que el enfado es más herido, porque tiene que ver con relaciones cercanas, con la decepción, las expectativas incumplidas, el miedo…

Y, sin embargo, no hay que dejarse engañar por el trueno de los atormentados. Pues debajo de la mayoría de enfados hay heridas. Y si uno aprende a escuchar, a menudo los mayores reproches envuelven gritos de auxilio. Quizás el más universal de todos esos gritos sea el anhelo de ser querido, aceptado, acogido.

Y así, en ese silencio activo, vas conociendo, comprendiendo, y descubriendo la belleza profunda y única de los otros. Vas dejándote cautivar por su historia, y tal vez en algún momento deseas ser parte de esa historia. Pero eso ni se impone ni se exige. Solo se ofrece. Eso es lo que al fin dices, cuando dices, “te quiero”.

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⏰ Última actualización: Apr 19, 2024 ⏰

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