EL PRECIO DE SER LIBRE

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Poco a poco, la luna va ocultándose tras el horizonte, después de haber cumplido su labor nocturna. De igual manera, los soldados van colgando sus uniformes, mientras que otros, ya desayunados, se alistan para el día más importante de su trabajo.

La uniformada camina frente a una hilera de cinco carruajes, cuyas cabinas tienen acabados tan distintivos como los galones e insignias que rodean el apellido "Knight" en su pecho. Cada grupo de soldados se asegura de que su carruaje asignado esté en perfectas condiciones antes de colocarse en fila para recibir nuevas instrucciones.

—Quiero que estén aquí antes de las siete y quince minutos. No toleraré retrasos, así que sean puntuales.

—¡Sí, mi sargento! —responden los soldados al unísono.

La fila se rompe mientras los soldados suben a sus carruajes y emprenden el camino hacia la salida del cuartel. Allí, un par de soldados abren las puertas que señalan el comienzo de un día que no es como cualquier otro.

Los carruajes se detienen en el punto más cercano a la calle, antes de tomar distintas direcciones. Uno de ellos se dirige a la casa de Lorent, quien se encuentra escondido junto a su padre detrás de un quiosco de periódicos cerrado. Un haz de luz se acerca, alertándolos de la presencia de alguien.

Lorent se queda en silencio y se concentra en el sonido de los pasos, tratando de no ser visto. Siente escalofríos recorriendo todo su cuerpo, mientras su corazón late más fuerte a medida que los pasos se acercan. Su padre lo agarra de la muñeca, indicándole que tienen que estar alerta.

De repente, los pasos se alejan, como sus opciones de volver a casa. Lorent se siente aliviado, pero aun así se mantiene en guardia, temiendo ser descubierto.

Samuel asiente a Lorent y avanzan agachados hasta el final de la calle, donde ven a un soldado alejándose. Muy pegados en la esquina, Samuel mira de reojo hacia el callejón de enfrente a la espera de una señal. La ansiedad es tanta que cada segundo se hace eterno. De pronto, se asoma un sujeto encapuchado que mira a ambos lados y de forma disimulada les indica con la mano que se acerquen.

—¿No los vio nadie cuando salieron? —les dice a los recién llegados mientras ajusta la correa de su caballo.

—Señor Ernest —reconoce Lorent quién es con solo oírlo.

—Confío en que no. Límpiense aquí y subamos —responde Samuel y señala a Lorent un trapo que había puesto debajo de la puerta del carruaje—. Nada de olor a barro ni huellas.

—En la parte trasera está la maleta —dice Ernest ya subido al asiento del conductor.

Sin nada ni nadie que se quede abajo, Ernest hace sonar las correas para salir del pasaje y doblar a la derecha, al ritmo de una mañana desierta. Por dentro del carruaje huele a las uvas que se hacen vino. Lorent clava su mirada en una maleta que está metida entre medio de unas cajas, donde su padre acaba de meter unos papeles, seguido de acomodar un par de barriles a su lado.

—Métete aquí y no salgas. Si todo sale bien, Ernest y yo te cargaremos hasta un bote que está al inicio del canal.

Lorent tragó saliva y se encogió en el estrecho espacio, sintiendo cómo su cuerpo temblaba con la adrenalina. Su mente estaba en blanco, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.

—Pretendo sacarte del país —continuó Samuel, con voz ronca—. Como saliste positivo, no había de otra, así que es salir o morir.

La realidad de la situación comenzó a golpear a Lorent. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo una familia como la de él podría caer en algo tan ilegal como peligroso?El silencio en el interior del barril era ensordecedor, solo interrumpido por el sonido de las gotas de lluvia que caían sobre el techo. El ruido de las ruedas sobre el camino de piedra y el galopar del caballo parecían cada vez más lejanos. La ansiedad de Lorent crecía con cada minuto que pasaba en el interior del barril, sin saber qué sucedería a continuación.

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⏰ Última actualización: Apr 20 ⏰

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