CAPÍTULO CINCO

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Fue una noche tortuosa para Lucerys. Mientras Borros roncaba a su lado él no pudo conciliar el sueño. Meditó durante largas horas sobre qué debía hacer. Estaba claro que no podía dejar que asesinaran a Aemond, no había sido la persona más amable con él, pero sí con su hijo. No sólo cuidó de él, sino que le permitió estar cerca de Vhagar. Además, quizás era la manera en que finalmente podría pagar la deuda que tenía con él desde hacía años.

Esa mañana se levantó temprano a pesar del fuerte dolor que tenía en la espalda y su pelvis. Por primera vez en esos años, Luke no fue a la habitación de su hijo para alistarlo y llevarlo a sus clases. Si había aprendido algo del tiempo que llevaba casado con Borros era el movimiento de todo el castillo. Lucerys esperó pacientemente a que el maestre que siempre estaba en la enfermería saliera para desayunar con los demás y fue ese momento que Luke aprovechó para entrar.

Rápidamente comenzó a revisar entre los diferentes frascos que estaban allí. A cada segundo que pasaba el temor de ser descubierto se apoderaba de él y con frecuencia volteaba para asegurarse de que aún tenía tiempo. Cuando identificó que lo que buscaba lo guardó en el bolsillo de su capa y salió del lugar.

Intentó mantenerse tranquilo durante todo el día, fingiendo que todo estaba bien para no preocupar a su hijo. Durante el almuerzo no dejó de mirar a los presentes: Borros reía mientras hablaba de la próxima boda de su hija. Floris no escondía su felicidad y Aemond parecía resignado, sólo respondía con monosílabos lo que los demás le preguntaban.

Mientras Jaerys estaba en sus clases de la tarde Lucerys aprovechó el momento para hablar con Erina, sabía que era la única en quien podía confiar en todo ese maldito lugar. Cuando cerró la puerta de la habitación de su hijo la joven dio un brinco asustada al lado de la cama que estaba terminando de tender.

—P-príncipe Lucerys, me asustó —dijo la chica con voz entrecortada.

—Lo siento, no era mi intención —se disculpó antes de hacer una mueca de dolor que Erina notó de inmediato.

—¿Se siente mal? ¿quiere que llame a un maestre? —preguntó, pero Lucerys negó.

—No, no es necesario —susurró—. Necesito pedirte algo, es un favor muy grande y quizás el más peligroso, pero sin ti no puedo hacerlo —dijo recuperando la compostura.

—¿Qué necesita? —preguntó. Entonces vio a Lucerys sacar un pequeño frasco del bolsillo de su abrigo.

—Esta noche, luego de la cena necesito que pongas cinco gotas de esto en el café de lord Borros y sus hijas —dijo. Erina vio como la mano que sostenía el frasco estaba temblando.

—Príncipe... no puedo..., yo...

—¡Por favor! —Casi gritó Lucerys—. Te necesito, sólo confió en ti en todo este maldito lugar —dijo mordiéndose los labios—. Sino lo haces él matará a mi tío y yo no puedo permitir eso. —Erina no comprendía como Lucerys se arriesgaba tanto por alguien que estaba segura nunca haría algo así. Tragó saliva y tomó el frasco.

—Lo haré por usted —dijo mientras lo guardaba dentro de su delantal. Lucerys le sonrió.

—Gracias... —susurró. A pesar de todo Lucerys podía jurar que aún había buenas personas a su alrededor. Sólo esperaba que el somnífero le diera el tiempo suficiente para alertar a Aemond.

•◦ ◦•

Cuando la noche llegó los dolores que sentía Lucerys no hicieron más que incrementar hasta el punto en que levantarse de la cama fue tortuoso, pero debía hacerlo. Lord Borros estaba profundamente dormido y aunque Luke lo zarandeó no despertó, comprobando así que Erina había cumplido con su trabajo. Se calzó unas botas y cubriéndose con una capa salió de la habitación.

La maldición de los dioses (Lucemond)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora