Capítulo uno

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Cuatro meses antes

—No, Sol. No es tu problema, así que no te metas.

Rebecca parecía no entender que yo era peor que un gato curioso: cuanto más me advertían de algo, más me interesaba.

Conocía a Rebecca desde que llegué a este internado dos años después de esa noche. Los alumnos de esta institución eran muy cerrados y muy posesivos y protectores con los suyos, por lo que cuando un nuevo escolar ingresaba aquí no era muy bien recibido.

—No tiene nada de malo socializar con los nuevos, Becca.

—No son de fiar.

—Cuando llegué aquí tú tampoco te fiabas de mí —refuté su débil argumento.

—Pero tú eres buena persona, Sol.

—Y puede que ellos también.

—No, Sol. ¡No! —Becca me intentó detener cuando vio que empezaba a caminar.

Caminé decidida hacia el despacho de la directora, pues quería conocer a los nuevos integrantes. Giré en la esquina del pasillo con Rebecca pisándome los talones y refunfuñando.

El internado en Wycombe Abbey estaba situado en Oldham, Gran Manchester. Era uno de los internados más populares y admirados de estas tierras, debido al sistema educativo y a que de puertas adentro la palabra "perfección" tintaba las paredes.

El internado lo constituían tres edificios rectangulares, los cuales eran para separar los dos sexos. El escudo de Oldham, con un búho en la parte superior de este y la frase Sapere Aude, "Atrévete a ser sabio", la cual hacía referencia los búhos, estaba situado en el eje central del edificio principal y era el único elemento decorativo de la fachada.

Nada más entrar en W.A.S. te recibía una sala cuadrada parecida a las que salían en las películas de Hollywood en los años sesenta: el suelo hecho de mármol, columnas blancas como si estuviéramos en un templo griego y techos altísimos y ovalados, como si fueran cúpulas, con dibujos de ángeles y apóstoles en ellos.

Cuando llegué a la puerta, toqué dos veces y, al escuchar un "adelante", la abrí y entré. El ruido de esta hizo que los dos desconocidos que estaban sentados dando la espalda a la puerta se volteasen. Pero cuando lo hicieron la sangre se me heló y se me cortó la respiración.

Eran dos. Una chica y un chico. Muy parecidos, pero a la vez muy diferentes. Sus facciones eran idénticas y por eso intuía que eran mellizos, hermanos como mínimo. Pero, en cambio, el cabello de ambos era muy diferente, al igual que sus ojos.

La chica presumía de un precioso cabello largo y de un color rubio blanquecino, el cual caía delicadamente por sus hombros hasta llegar por debajo de su pecho. Sus ojos eran oscuros como la noche, con dificultad podía ver sus pupilas.

El chico, por otra parte, poseía un cabello castaño, de un marrón casi negro, que se encontraba delicadamente peinado hacia atrás y, dejándole un pequeño mechón caído sobre su frente, le hacía ver un tanto rebelde. Sus claros ojos de un color entre azul y verde se veían feroces y penetrantes.

—Sol, Rebecca. Qué sorpresa —la directora nos recibió con una sonrisa—. Venid, venid —sacudió su mano repetidas veces para que nos sentáramos a su lado.

Y fue en el momento que me senté en la silla que los ojos del chico cayeron sobre mí. Un escalofrío sacudió mi cuerpo y tragué con dificultad sin apartar la mirada de sus ojos.

La directora nos hablaba pero yo solo podía concentrarme en ese intenso azul que me estaba helando la piel.

No son de fiar

La voz de Rebecca hizo eco en mi mente, y vaya que tenía razón.

Porque todo empezó con un asesinato.

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⏰ Última actualización: May 09 ⏰

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Penitencia | Sinners #1 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora