Era una hermosa mañana, el sol del verano cubano aún no hacía sus estragos y el frescor dado por los abundantes nublados de ese día lo hacía un día perfecto para recorrer la ciudad de La Habana. Y eso hacía nuestra protagonista, la cual recorría centro Habana en busca de papel sanitario, pues eso le había encargado su abuela.
Mientras caminaba a traves de un pequeño parque de una esquina para como se dice en buen cubano matar camino. Tropezó con una diferencia de al acera causando que se le rompiera su ya algo desgastada sandalia, ante tal incómoda situación tenía un par de opciones: llamar a algún amigo cercano para que le echara un mano o caminar descalza de regreso a casa. La cuestión es que como el escritor de esta historia es cruel y le gusta complicar las cosas, ella se percató de que su celular se había quedado sin carga debido a que su pequeño Alcatel tenía mala la batería y no le había podido dar carga por el apagón en el que se encontraban, algo no tan usual en La Habana como en el resto de cuba, donde más que apagones había alumbrones, como le habían llamado sus habitantes a las pocas horas en las que tenían corriente eléctrica.
Para su suerte un joven de 19 años se percató de su situación. Él se encontraba sentado en el parque conectado hablando con su hermana mayor la cual se encontraba en el exterior. Y justamente al terminar de hablar con ella se fijo en una joven que pasaba por delante de él, una chica de pelo rizado y tez morena, que parecía llevar bastante prisa. El joven se percató que para la mala suerte de ella y por andar probablemente pensando en las musarañas sumado a la velocidad tropezó con una de las diferencias en la acera debido a las raíces de los árboles del parque que habian agrietado la azera. Esto causó, como conté anteriormente, la ruptura de la sandalia de la joven, lo que a él le causó que por un momento se le escapara la risa, pero como buen samaritano decido ayudarla.
El joven se levantó de donde se encontraba cómodamente sentado metiendo su celular en el bolsillo derecho de su Pitusa azúl y se acercó a la chica.
—¿Se te rompió la zapatilla? —Preguntó él observandola detenidamente, era un chica de baja estatura, algo rellena, su cabello negro recogido en moño. Sus ojos eran marrones y su piel parecía tener un bronceado natural, su cara era regordeta con una nariz un poco ancha.
—No, la desarme para limpiarla. Claro que se me rompió. Es más que obvio — Quizás a otro, la respuesta de la chica lo hubiera molestado, pero a el le causó bastante gracia, ante la risas del muchacho ella se molestó al principio pero no pudo evitar terminar riendo.
—Tranquila solo buscaba una forma de iniciar la conversación. Solo quiero ayudar —Explicó el muchacho.
—Vaya forma de iniciar una conversación, no se como podrías ayudarme la verdad ¿eres zapatero? —Preguntó ella, probablemente su comportamiento se debía a algo de recelo hacia el muchacho, había mucho degenerado suelto y el podría ser de ellos y viéndolo desde ese punto seria comprensible su forma de hablarle.
—Lamento desilucionarte pero no se mucho de zapatos, los míos me los compra mi madre, yo solo elijo los que me gustan —Comunicó él, en tono presuntuoso.
—Entonces ¿como piensas ayudarme? niño de mamá. —Preguntó ella burlonamente.
—Para tu suerte, este niño de mamá viene de recoger un par de chancletas que son para su hermano menor y te las puede prestar. Aunque ahora se lo está pensando debido a tu mala educación.
—Pues lárgate y no molestes más
—Solo bromeaba. —Dijo él para luego sacar de su mochila un par de chancletas como dicen los cubanos mete dedos y extendió su mano hacia ella con las chancletas en las manos —. Toma.
Resignada, la joven se cambió sus sandalias por las chancletas que ese joven le había brindado generosamente.
—Dame las Sandalias.
—¿Para qué? —Preguntó ella observando al chico aún con desconfianza.
—Para echarlas en mi mochila. —Le contestó el.
—¿Para qué? —Volvió a preguntar.
—Para que no la lleves en la mano como una subnormal cuando el que anda a tu lado tiene una mochila. Y no seas desconfiada, no voy a salir huyendo con tus sandalias y perder esas chancletas que no son mías y valen más.
—¿Eres así simpre?
—La mayor parte del tiempo. ahora sígueme.
—¿A donde vamos?
—A casa de un amigo mío que es traficante de órganos. —Bromeó.
—Eres muy gracioso.
—Viste.
La chica bufo. —¿Cual es tu nombre?
—Didier Sánchez Mendoza. ¿Cual es el tuyo?
—Yaniela. —Respondió ella a secas.
—Mucho gusto Yaniela. No hablas mucho.
—Y tu hablas demasiado. —Dijo ella dejando de lado su anterior seriedad.
Él le dedicó una mirada sería fingida y ella se la devolvió para luego ambos comenzar a reír.
—Creo que comenzamos con el zapato Izquierdo, Cinderella.
—¿Cinderella? —Preguntó confundida la de tez morena.
—Si, ya sabes, la que perdió el zapato —Explicó el chico.
—¿Se supone que tu eres el príncipe?
—No, como crees —Respondió con indignación fingida —. Yo no soy burro de bailar una noche entera con alguien, no preguntar el nombre y para colmo tener que reconocerla por el zapato porque por andar con muchas copas de más se me olvide la cara.
A la chica le causó bastante gracia la nueva ocurrencias del peculiar muchacho. Y así poco a poco la tensión del ambiente había desaparecido.
......
Dime Joan que tal esta el paciente ¿Se recuperará? —Preguntó Didier con seriedad fingida para luego soltar una pequeña risa.
—Puedo arreglarlos, ven el martes a buscarlos los tendre listos —Le contestó un joven de unos 23 años cabello negro y piel blanca vestido con ropa algo vieja, algo normal en la forma de andar de los cubanos cuando están trabajando por su cuenta en algo que no necesita formalidad.
—Gracias amigo.
—¿Cuanto es señor? —Preguntó la muchacha.
—No es nada no le cobraré a nadie que me traiga El Didi a él no le cobro un peso y menos a su novia. —Contestó Joan.
—¿Que? —Digeron al unísono.
—No pienses mal Joan. Tan solo es una desconocida en apuros a la que ayude porque soy un buen hombre y además uno bien lindo.—Se apresuró a contestar Didier.
—Me encanta tu modestia, amigo. —Se burló Joan.
—Gracias.
—¿Entiendes el sarcasmo?
—A la perfección.
Ambos rieron.
—Bueno amigo hasta más ver. —Se despidió Didier de su buen amigo.
Este le dió la mano y le dió par de palmadas suaves en la espalda. —Dale.
El Joven salió caminando y fue seguido por la chica que se había atrasado despidiéndose del zapatero.
—Supongo que nos despedimos ahora. —Dijo el Joven a la chica.
—Asi es, te dejaré las chancletas con tu amigo el día que venga a recoger mis sandalias.
—Perfecto. —Después de la breve despedida cada uno tomo su propio rumbo para dejar atrás una tonta anécdota que que contar a sus amigos y así reírse. Después de todo que posibilidades existía de que volvieran a coincidir.
ESTÁS LEYENDO
La Cinderella Cubana
HumorQue pasaría si se te rompiera una sandalia en Centro Habana