El amor empieza con una sonrisa. La primera fue la de mi madre, quien me susurró sus primeras palabras de amor en una lengua que olvidaría con el tiempo. Después, el amor se hizo más grande y aparecieron dos nuevas sonrisas en mi vida, las de mis hermanos gemelos: Isaías y Jeremías. A este punto, el amor se volvió algo difícil de manejar y empezó a tomar formas extrañas y desconocidas. Se transformó primero en un juego inocente de tiros y penales con mi viejo, al que no le conocía la sonrisa, porque siempre estaba demasiado preocupado por las cuentas que había que pagar en lugar de darnos algo de paz. Más tarde, el amor se convirtió en un don, una bendición que nadie pidió.
Desde entonces, el amor fue muchas cosas. Fue el motor que me impulsó en las canchas para marcar esos goles que decían los cazatalentos necesitar para que mi amor se convirtiera en números en una cuenta bancaria para mis viejos. Y cuando quise que el amor volviera a su estado original, vi a mi viejo sonreír por primera vez con nosotros tres en brazos. «Al fin nos sobra algo, al fin los puedo llevar de vacaciones», dijo llorando sin soltar mis manos.
El amor empieza y termina con una sonrisa, y la de mi viejo fue un puñal tierno y cálido hundiéndose justo en medio de mi pecho. Desde entonces, el amor se convirtió en silencio y en correr tras una esfera de caucho. Después, el amor se manifestó en medallas y trofeos, en una casa nueva y en prendas de vestir elegantes, y en hermanos felices y una madre sonriente. Ese día, ella volvió a hablar en esa lengua que me sonaba tan extraña y ajena, pero a su vez tan propia y especial. Le pregunté por qué nunca nos había enseñado su idioma, su cultura ni su verdad. Entonces ella me respondió que el desamor también tiene sus formas y sus texturas. Son más puntiagudas y ásperas.
El amor luego tomó forma de piedra sobre mi cabeza, un peso constante que no me dejaba pensar en quién era yo. Yo debía ser una forma del amor, una extensión de cariño. No podía pensar en mis propias formas y colores. Mi amor debía extenderse a mi madre, extenderse a mi padre, extenderse sobre Isaías y sobre Jeremías. Es tanto el amor que estaba dando, que me quedé sin amor para el resto y para mí mismo. El amor entonces se volvió finito, agotable y escaso. El amor me hizo despertar una mañana convertido en un insecto gigante, que ocultaba su aspecto nauseabundo bajo un disfraz de ángel sonriente, imitando las sonrisas que tanto decía amar. Pero al final del día nada fue suficiente. Ni el amor que otros me extendieron, ni todas las formas relucientes que mi amor tomó exhibidas en una repisa de mi habitación.
Con lágrimas en los ojos, tuve que irme de mi país fingiendo que aún me quedaba algo de amor en mi interior, pero ya nada me quedaba al bajar del avión. En la cancha ya no corría con el objetivo de hacer un gol histórico, sino con la ilusión de encontrarme con alguna forma del amor. Pero por más que avanzaba y avanzaba, y más títulos agregaba a mi currículum, seguía sin encontrar esa emoción primera, aquella que lo comenzó todo. Y cuando perdía la esperanza, se me apareció un polaco con un saco de cuello alto. Su cabello, rubio acaramelado, caía sobre la mesa donde estaba sentado. Sin quererlo, cruzamos miradas en medio del bullicio de aquel bar. Sus ojos azules me hipnotizaron en ese mismo instante; nunca había sentido algo así antes. Y entonces me sonrió, y el amor volvió a comenzar en una sonrisa, blanca y perfecta, de labios carnosos y rosados, de mejillas pecosas y pequeños hoyuelos a los que les podría haber rezado un día entero.
Gawel era su nombre, me lo dijo lento para que yo pudiera repetirlo. Su español era bueno, pero arrastraba su acento polaco y yo siempre lo molestaba por eso. Besos, abrazos y arrumacos, nunca me habría imaginado que el amor podía ser así de cálido. Nos amamos tanto como pudimos, pero el amor, siempre agotable, no alcanzó para que yo luchara por él y que no lo dejará volver a su país.
Las formas del desamor son extrañas y dolorosas, desgarran la piel y son al tacto frías y rugosas. Las formas del desamor son más fáciles de encontrar, están en todo aquello que antes fueron formas del amor. Incluso las encontré en el recuerdo de su sonrisa, en el calor de sus abrazos que me habían abandonado, en los libros que se había dejado y en lágrimas que de mis ojos brotaron.
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BLINDMATCH! (#ONC 2024)
RomanceJulián Coria, cansado de la superficialidad de las apps convencionales de citas, decide darle una oportunidad a una nueva app local que promete ser distinta a cualquier otra, la cual presenta perfiles sin rostros, sin cuerpos y sin nombres reales. S...