🫔 Capítulo 8

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La noche había caído una vez más, la señora Bazaldúa se encontraba haciendo la cena mientras su marido terminaba de bañarse. Ella había regresado varias horas después de su visita al médico, siempre era muy tardado ser atendido en el IMSS, estuvo un buen rato esperando a que la pasaran con un médico especialista para que pudiera revisar los estudios que le habían realizado días antes.

Después de darle un diagnóstico y una explicación con varios términos médicos que por lo general solo entendían los doctores o personas que estaban relacionadas al área médica; terminó por concluir que no era algo grave, pero sí le enfatizó el doctor en que en cuanto antes pudieran realizar la cirugía sería mucho mejor.

El cirujano le dio varias fechas como opción y la mujer delante de él le pidió que la dejara consultarlo con su familia, sobre todo porque se estaban acercando a la temporada fuerte de la venta de tamales y no quería dejar solo a su hijo con esa carga, en el fondo confiaba con que pronto pudieran recuperar la confianza de los clientes y ganarse incluso más.

La señora Bazaldúa le agradeció al doctor y quedó de llamar en los próximos días para concertar la cita médica.

Había llegado a casa decidida a hablar con su hijo sobre el tema, pero grande fue su sorpresa cuando al ingresar al domicilio fue recibida por un perrito que movía frenéticamente su colita mientras se paraba en dos patas y se apoyaba de su pierna para intentar alcanzarla. ¿De dónde había salido ese animalito?

—¡Gustavo!

El grito de la mujer fue acompañado al unísono con un ladrido de aquel perrito. La mujer seguía parada en el umbral de la puerta principal con las manos en la cintura; empezaron a escucharse pasos hasta que apareció por el pasillo el mencionado.

—¿Me puedes explicar qué es esto? —señaló al can que se había terminado rindiendo y se sentó a sus pies sin quitarle la vista a la mujer.

—Eso...pues...un perro —se rascó la nuca, nervioso—. Se llama Rubio.

Su madre enarcó una ceja y dio un respiro hondo intentando no salirse de sus casillas ante la respuesta irónica de su hijo.

Rubio, ¿y de dónde diablos salió?

Gustavo le explicó que por la mañana lo había visto en la calle olfateando los botes de basura buscando algo para comer. No tuvo el corazón para dejarlo ahí afuera a su merced y lo metió a la casa para servirle algo jamón y darle de beber. Su intención era solo alimentarlo y dejarlo ir, pero no tuvo corazón para hacerlo cuando el animalito terminó y le intentaba saltar encima lleno de emoción moviendo su colita.

Así que lo llevó al veterinario para que lo bañaran, revisaran que no tuviera alguna enfermedad y lo vacunaran para prevenir alguna enfermedad futura. En ese tiempo aprovechó para ir a comprarle croquetas, un collar y una pelota de juguete.

—Y como no tengo mucha imaginación, lo llamé Rubio. El veterinario dijo que tendría unos dos años más o menos.

La mujer se agachó para acariciar la cabeza del animalito, era una mezcla de french poodle con chihuahueño por lo que su complexión era un poco más grande que la de un chihuahueño y tenía el pelo en pequeños rizos dorados. Rubio cerró los ojos ante la suave caricia de aquella mujer.

Madre e hijo entraron a un debate del porqué era buena idea o no la de quedarse con Rubio. Gustavo sostenía que nunca habían tenido una mascota y si había llegado hasta él era por algo. Su madre, por su parte, sostenía que era demasiada responsabilidad tener un perro, aunque este fuera de tamaño pequeño; tenían que considerar los gastos que implicaba su alimentación y cuidados además de que la casa no era lo suficientemente grande como para tenerlo dentro y también se requería dedicarle tiempo y sacarlo a pasear.

La Mafia TamaleraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora