El hada Park, una criatura de contradicciones, con una apariencia que engaña a primera vista: dulce, tierna e inocente, como si hubiera sido arrancada de las páginas de un cuento de hadas antiguo. Pero no te dejes llevar por esa primera impresión, porque detrás de esos ojos brillantes y esa sonrisa encantadora se esconde un corazón astuto y perverso, uno que no dudaría en tejer ilusiones y engaños tan pronto como perciba un atisbo de vulnerabilidad.
Como una sombra que se desliza entre la luz de la luna, el hada Park vaga durante todas las noches por las solitarias calles de la ciudad, ascendiendo por las empinadas sendas de la montaña, y atravesando los silenciosos pueblos donde solo el viento se atreve a susurrar. Su presencia es casi etérea, un suspiro apenas perceptible en la brisa nocturna, una figura que se desvanece en la penumbra justo cuando crees haberla visto.
Y así, sin que te des cuenta, sin que lo esperes, estará en la puerta de tu casa, sus dedos delgados y ágiles girando el picaporte con una delicadeza que contradice su naturaleza traviesa. Estará allí para sorprenderte, para invitarte a un juego de espejismos y verdades a medias, donde la realidad se entrelaza con la fantasía de manera indistinguible.
Pero no todo es malicia en el hada Park; hay una chispa de curiosidad en su ser, un deseo de entender a aquellos a quienes engaña. Quizás, en el fondo, busca una conexión, un reconocimiento de su existencia en un mundo que ha olvidado cómo creer en lo mágico. Tal vez, solo tal vez, si te atreves a mirar más allá de la fachada, podrías descubrir que incluso un corazón que parece perverso puede anhelar la luz de la comprensión y la aceptación.
Así que ten cuidado, pero no cierres completamente tu puerta. El hada Park es un recordatorio de que la vida está llena de misterios y maravillas, y que a veces, solo a veces, vale la pena arriesgarse a creer en lo imposible.
Cierto día, mientras vagaba por las calles de Seúl, el hada Park se encontraba disfrutando de la tranquilidad que sigue a una tormenta. El aire fresco y la tierra húmeda componían una melodía serena, una pausa en el ritmo frenético de la ciudad. Fue entonces, en ese momento de calma, cuando un sonido rompió la armonía: un llanto, profundo y desgarrador, que resonaba en el silencio recién nacido.
Era un joven apuesto, cuya figura solitaria se recortaba contra el paisaje urbano, sentado en una banca aún húmeda por la lluvia reciente. Lloraba con una intensidad que parecía sacudir su alma, y algunos de sus mocos escurrían sin pudor por su nariz, una muestra cruda de su vulnerabilidad. El hada Park, movida por una mezcla de curiosidad y una pizca de preocupación, se acercó sin poder evitar el tintinear característico de su presencia, un sonido que hablaba de magia y de mundos ocultos.
Con la gracia que le es propia, se posó delicadamente en las rodillas del muchacho, quien, al verla, quedó en total silencio. Sus ojos, antes nublados por las lágrimas, ahora reflejaban asombro y confusión ante la visión de la criatura mágica.
—¿Cómo es posible? ¿Estoy alucinando tan pronto?
Se preguntó el joven mirando en sus manos temblorosas el frasco de clonazepam que acababa de tomarse. Su voz temblorosa revelando la incredulidad que luchaba por hacerse espacio entre la tristeza y la sorpresa.
El hada Park, con una sonrisa comprensiva, se inclinó hacia él y, con una voz que era un susurro de viento entre las hojas, respondió:
—No estás alucinando, joven mortal. Estoy aquí, tan real como la lluvia que acaba de cesar y la tierra que ahora respira bajo tus pies. Dime, ¿qué pesar tan grande llevas en tu corazón para llorar así en soledad?
El joven, aún incrédulo, secó sus lágrimas y miró al hada. Había algo en su mirada, una profundidad que iba más allá de la simple curiosidad, que invitaba a compartir, a confiar.