No tarde en darme cuenta de que no estaba invitada a la fiesta. Baje del autobús y vi a mis amigas acurrucadas bajo el árbol donde todos nos colocábamos cada mañana antes del primer timbre. Éramos seis: Theresa, Becky, Barbara, Carol, Kim y yo. Ni siquiera puedo decir que fuéramos amigas íntimas. Veníamos de diferentes escuelas primarias y nunca encajamos con los predecibles deportistas, populares o nerds de la escuela secundaria.
Éramos un grupo de estudiantes flotantes que se juntaron debajo de un árbol frente a la biblioteca y nos convertimos en una entidad por defecto y por el simple hecho de estar juntas.El círculo parecía más estrecho a medida que me acercaba; el revoloteo de pequeños sobres blancos metidos apresuradamente en mochilas y carpetas lo delataba. Sabia tan bien como todo el universo que la fiesta de Bridget era este fin de semana. Bridget era una de las populares y la antítesis de mí. Era delgada y llevaba ropa que parecía sacada directamente de las páginas de revistas. Tenía el cabello pelirrojo y cortado en una línea perfecta, alisado en forma de cuenco alrededor de la cara, y todos los tonos de zapatos hacían juego con sus conjuntos más salvajes. Tenía un selecto grupo de seguidoras que gritaban y se abrazaban entre cada clase, como si no se hubieran visto en años. Todos queríamos ser como ella y ser invitadas a su fiesta significa ascender en el orden jerárquico del colegio. No ser invitada significaba estar en aguas estancadas.
Se me revolvió el estómago y esperé que Bridget siguiera guardando un sobre con mi nombre para entregarlo más tarde. Pero los pasos arrastrados de mis amigas y las miradas furtivas garantizaban mi destino. Sus saludos, demasiado ansiosos, me indicaron que todos sabían ya quién estaba invitado y quien no.
—Hola, -respondí. Pero esa palabra ya sonaba hueca por la decepción.
Becky, siempre emisora de momentos incómodos dijo:
—Oye, ¿has hecho todas las tareas de álgebra?
—Todo menos el último problema -murmuré.
—Toma, ¿quieres ver la respuesta?
Ansiosa, quizá por culpa, abrió generosamente su carpeta antes de que pudiera decirle que no importaba.
Fingí que me interesaban sus cálculos, pero mi cabeza se llenó de esa sensación de que había algo malo en mí. Que no era digna.Por suerte, sonó el timbre y me apresuré a ir a inglés. Cuando pasé por la cafetería, los inminentes olores del almuerzo me siguieron sentí náuseas al llegar a clase, pero sabía que no era por el aroma de la crema de pavo y los ejotes demasiado cocidos. No podía concentrarme en el relato corto que se suponía que íbamos a leer en clase, pero no me costaba nada atender a las vetas de madera falsa de mi escritorio y preguntarme si podría disolverme en ellas y desaparecer.
¿Por qué no me había invitado? ¿Mis pies eran demasiado grandes? No. tal vez ¿tenía espinillas? ¿Quién quiere a alguien con acné en su fiesta? ¿Por qué invito a todas las personas de mi grupo menos a mí? Intente pensar en cualquier interacción que hubiera tenido con Bridget recientemente. Unos días antes, habíamos sido compañeras durante un proyecto de sexto periodo. Yo estaba decidida a terminar el proyecto e impresionarla con la calificación que podíamos obtener, y ella estaba decidida a mirar revistas para adolescentes. Apenas me dirigió la palabra, salvo por decir:
—Estás muy seria. Deberías sonreír más.