Capítulo I

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Todo comienza con un pequeño Harry Potter de apenas 11 años, imaginando cómo serían sus primeros días en esa desconocida escuela de magia de la cual se enteró de su existencia hace relativamente un mes. Se encontraba fantaseando con cómo sería su vida sin los Dursley, nunca antes había sentido tanta felicidad en su pequeño corazón.

Cuando finalmente llegó el día de arribar el "expreso de Hogwarts" el joven azabache no había podido dormir por la emoción, de hecho, ahora, después de la desaparición repentina de Hagrid, se encontraba perdido, sin saber a dónde ir para llegar a la estación correspondiente al tren.

Sintió como sentía un ligero vacío en él, ¿Acaso Hagrid lo había engañado? ¿Todo era una cruel broma? Porque si era así, Harry había caído directamente como un profesional.

—Caminen rápido, niños, esto está lleno de muggles—. Oyó a la lejanía una voz femenina que sonaba similar al de una madre de familia. La palabra "muggles" alertó a Harry e hizo que los siguiera con prisa e intentando mantener todo su equipaje equilibrado al mismo tiempo.

—Uhm... ¿Disculpe? ¿Usted sabe cómo llegar a la estación 9 y 3/4?— Tímidamente alertó a la señora de su presencia, una mujer gordita, cabello pelirrojo y de poca estatura, aún así siendo más alta que Harry, volvió su cabeza y lo miró con una suave sonrisa.

—Oh, por supuesto que sí, tesoro. También es la primera vez que Ron va a Hogwarts—. Señala a uno de sus numerosos hijos presentes, el chico más joven que solamente se veía mayor a la única niña presente, que estaba oculta tras la mujer gordita.

Algunos de los hijos de la mujer ya habían pasado por la pared sin que Harry lo notara, pues estaba concentrado en lo que la señora decía.

—Para entrar sólo tienes que traspasar aquella pared, si te da mucho miedo puedes ir corriendo, tesoro—. Explicó con un tono apresurado, pero paciente y que demostraba una calidez que Harry nunca antes había sentido de nadie, bueno, aparte de Hagrid.

El chico, poco convencido, decide hacerle caso a la dulce mujer que se molestó en ayudarlo, así que retrocedió unos pasos y empezó a correr con los ojos cerrados, directo hacia la pared de aquel pilar esperando un impacto; sin embargo, este mismo nunca llegó y decidió abrir sus ojos verdosos como la esmeralda para observar el alrededor.

Pudo ver un gran y precioso tren de locomotora color negro con detalles rojos y varios niños y adolescentes arribando el mismo, ni siquiera se detuvo a pensarlo y se dispuso a subir aquel tren al instante de ver el cartel que decía "9 3/4".

Cuando estuvo dentro le fue un poco difícil el caminar por los pasillos con su equipaje, pero no tardó en encontrar un sitio vacío y solo, era perfecto para él, pues aún no se sentía tan seguro de hablar con la gente que lo rodeaba. Todo estuvo en paz hasta que en el momento en el que el tren empezó a funcionar pudo sentir que la puerta de su compartimento se deslizaba y divisó una llamativa cabellera roja bien peinada, acompañando un rostro pálido que era decorado por suaves pecas y unos ojos celestes como el cielo.

—¿Puedo sentarme aquí? Es que todos los asientos están vacíos—. Habló el muchacho que parecía ser igual de tímido que Harry en ese momento, así que aceptó rápidamente por lo mismo.

—Claro, puedes sentarte—. Respondió sin pensarlo dos veces, y pudo notar como la mirada antes tímida del pecoso se iluminaba ligeramente al tiempo en que pasaba al compartimiento y se sentaba frente al azabache de lentes redondos.

Hubo un pequeño silencio incómodo en el que ni él ni el otro niño supieron qué decirse el uno al otro, claro ¿Quién podría hablar normalmente con alguien que parecía muy entretenido con tu cicatriz en la frente? Y parece ser que el chico de cabellera roja lo notó y rápidamente volvió su rostro a la ventana, fingiendo ver el paisaje con sus mejillas ligeramente sonrojandose por la vergüenza.

—Me llamo Ronald Weasley, pero me puedes decir Ron—. Rompió el hielo, presentándose al azabache, aunque, según había visto, podía suponer quién era.

—Mi nombre es Harry Potter—. Respondió, devolviéndole una sonrisa, agradecido por no dejar el sitio en silencio.

—Entonces es verdad, tú... Tienes la cicatriz—. Señaló, aunque rápidamente bajó su mano nerviosamente, pues no lo quería incomodar.

—Oh, sí, la tengo—. La obviedad en su voz era notoria mientras dejaba escapar una suave risa.

—Y... ¿Recuerdas algo de cuando murió?—. Preguntó, con su expresión nuevamente llena de interés, pues era casi imposible ocultar su deseo de saber cómo ocurrió el enfrentamiento.

—No, era un bebé cuando pasó—. Explicó, tomando su mentón en un intento de recordar algo, pero sólo pudo divisar un destello verde y la nada misma.

Las mejillas del pálido pelirrojo empezaron a calentarse ligeramente, lo había olvidado por completo. —Oh... Es... Es cierto, perdona...—. Se disculpó, girando rápidamente su cabeza hacia la ventana en un intento de disimular el rojo de sus mejillas.

Harry sonríe suavemente, había notado que Ron parece tomar aquella costumbre por desviar la mirada cuando se avergonzaba.

—No te preocupes—. El azabache dijo y quiso añadir algo más, pero de repente una mujer con traje formal abrió la puerta, sonriendo y sosteniendo el mango para empujar un pequeño carrito lleno de dulces.

Ron volteó su cabeza en dirección al carrito, observando con hambre un par de pequeñas cajas azules que en su interior tenían un par de ranas, al parecer de chocolate; aunque rápidamente negó suavemente y del bolsillo de su suéter sacó una pequeña bolsa con lo que parecían ser alimentos para picar.

—No, muchas gracias, ya tengo el mío—. Rechazó, pero su rostro parecía decaído al no obtener aquel dulce.

El niño de redondos anteojos sintió el impulso de comprar aquellas ranas y rápidamente sacó un puñado de monedas de oro. —Lo quiero todo, por favor—. Sonreía con triunfo al ver el rostro sorprendido de la mujer o mientras vaciaba el carrito.

Los azules ojos del Weasley brillaron maravillados y sin poder ocultar su hambre iba a pedir si le podía cambiar una rana de chocolate por su pequeño almuerzo, cosa que Harry negó rápidamente y solamente agarró el paquete y se lo entregó a Ron en la palma de su mano. —Te lo regalo, podemos compartir—. Ambos niños se sonrieron y pudieron notar como poco a poco iba incrementando su pequeña y reciente amistad.

—Muchas gracias, Harry—.

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⏰ Última actualización: Apr 30 ⏰

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Harry Potter y las llamaradas del sentirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora