Capítulo único

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Dos personas se encontraban sentadas una en frente de la otra. Nadie diría que eran familia. Su aspecto físico, su comportamiento, sus gestos, su tono. No había nada que les pudiera unir de ninguna manera.

¿O tal vez sí? Después de todo, si ambos estaban sentados en la misma mesa, mirándose fijamente, aunque fuera con desdén y tuvieran a un necesario mediador entre ambos para controlar que los insultos no saltasen, así como las manos; por algo debía ser.

Algo debía haber para que ambos se hubieran sentado en la misma mesa y estuvieran tomando una cerveza y una copa de vino respectivamente, dispuestos a mantener el tipo formal y conteniendo la impaciencia impulsiva característica de ambos lo suficiente para poder entablar una conversación relativamente pacífica.

- Esto es ridículo.- anunció uno de los dos después de minutos enteros de silencio incómodo y miradas furtivas que, naturalmente, estaba contestando con un desdén arrogante.

- Pero es necesario, William.- anunció el mediador con una pierna sobre la otra e indiferentemente acomodado en la silla, algo inclinado hacia atrás y jugando a hacer equilibrio desinteresadamente hasta que el respaldo tocó la pared que tenía justo en la espalda.- Gilbert y tú tenéis que solucionar esto de una vez por todas... No habéis hablado desde el funeral de Jessika. Y esto no puede seguir así...- negó lentamente.

William, un adulto de tez morena y cabello negro que había sido teñido a rojo granate íntegramente, no llegaba mas allá de sus hombros, tenía un porte algo dejado, una barba prominente en el mentón y un bigote que se enlazaba con esta misma perilla negra con algunas canas que empezaban a poblar tanto sus cejas como su bigote y perilla. Varios tatuajes marcaban su piel, sus manos, sus muñecas, su brazo izquierdo, su avambrazo, su cadera, su hombro, pero sus observantes no tenían interés en aquellos tatuajes o sus significados y preferían pretender que no estaban o simplemente que eran aparte de él. Habían pasado veinte años desde que se los hizo, estaban más que acostumbrados a verlos. El azabache teñido a granate se acomodó hacia delante, cruzado de brazos sobre la mesa que lo separaba de oponente, encajando cómodamente su diestra en la jarra de cerveza de la cual tomó un largo trago y posó el mismo en la mesa con un golpe seco, parecía dispuesto a hablar.

- No pienso perdonarte nada de lo que hiciste.

- No estoy pidiendo que me perdones, porque no me lo merezco, y tampoco pienso aceptarlo.- respondió el contrario.- Solo quiero hablarlo.

- Hablarlo...- se mofó el de tez morena y ojos color caramelo.- ¿Y qué quieres hablar? ¿Quieres narrar cómo manipulaste a Axel? ¿Quieres decirme cómo lo instaste a conseguir marihuana y coca de los delincuentes universitarios encargados de hacer los destrozos durante las vagas? ¿De qué quieres hablar? ¡Dilo!- exigió con un golpe de jarra en la mesa que silenció el bar momentáneamente antes de continuar con sus vidas como si nada.- ¿Quieres que te cuente mi experiencia en el centro de desintoxicación? ¿O cuando Bert me estuvo a punto de dejar por TÚ culpa?- enérgicamente apuntó al mediador de la conversación, que, observante y silencioso, mantuvo sus ojos azules clavados duramente sobre el vasco.

- Sabes perfectamente de qué quiero hablar, William.- aún cuando el teñido a granate estaba a punto de perder los papeles por su impulsividad, el contrario se mantenía impasible.

- ¡Dilo!- ordenó groseramente.

- William...- intervino el mediador, Bert.- Cálmate.- recomendó.

- Esto es absurdo.- bufó.- Este gilipollas, que tuve la desgracia de tener por primo, provocó que mi mejor amigo casi se suicidara cuando teníamos veintipico años, y el muy hijo de puta está casado con él. Quién sabe el tipo de putas manipulaciones que utilizó para tenerlo en la palma de su mano comiendo como si nada hubiera pasado- rechinó los dientes con rabia.- No. No puedo calmarme.

73.- Tomemos una cerveza y hablemos (Angst)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora