Capítulo tres

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Lukas

El clic constante de la cámara es el único sonido en mi estudio. Estoy en medio de una sesión fotográfica, capturando los detalles de una motocicleta antigua que he comprado solo para este trabajo. La luz perfecta, la sombra exacta: todo está en su lugar. Aquí, en mi estudio, el mundo exterior no existe. Solo yo y mi cámara.

La fotografía siempre ha sido mi refugio, mi forma de ver el mundo desde un ángulo único. La agencia que fundé, Walters & Co. Publicists, me ha llevado a lugares que nunca imaginé. Desde nuestras oficinas aquí en Ámsterdam hasta la nueva sucursal en Londres son el resultado de mi esfuerzo. Pero, a veces, lo que más me gusta es este momento solitario, en el que puedo enfocar todo mi ser en una sola imagen. Es mi espacio, mi zona de confort.

De repente, el timbre de la puerta interrumpe mi concentración. Al principio, ignoro el sonido, esperando que se detenga. Pero los golpes se vuelven más insistentes, y la voz de mi asistente, resuena a través del vidrio.

—Señor Lukas, tiene visita.

Suelto un suspiro resignado y dejo la cámara en su trípode. Cuando abro la puerta, Tom y Margot, mis mejores amigos están allí, Tom tiene una botella de champagne como si fuera un trofeo, mientras Margot tiene una sonrisa... que parece de orgullo.

—¡Aquí está el hombre del momento! —exclama Tom, dándome una palmada en la espalda que casi me hace perder el equilibrio. Margot, con una sonrisa que refleja su entusiasmo, entra al estudio y comienza a examinar mis últimas fotos.

—¿Qué hacen aquí? —les pregunto mientras cierro la puerta detrás de ellos.

—Venimos a sacarte de aquí. —Tom lanza una mirada significativa a la botella de champagne.

—No puedes esconderte en tu estudio después de inaugurar una nueva sucursal en Londres —añade Margot.

—Tú no eres de esos planes —murmuro con el ceño fruncido.

—Lo sé, peeeero ¡Esto hay que celebrarlo! —expresa ella con felicidad y yo suelto una risa suave.

Aunque adoro mi trabajo y el aislamiento que mi estudio ofrece, sé que estos momentos con amigos son lo que realmente cuenta. A veces me cuesta admitirlo, pero es la verdad.

—Está bien —cedo finalmente, mientras coloco mi cámara con cuidado—. Vamos a celebrar.

Recojo mis cosas, apago las luces de mi estudio y me despido de los colaboradores, dejándoles unas últimas indicaciones sobre cómo cubrir el puesto de la persona que despedí hoy. La semana que viene voy a programa viene una reunión con la coordinadora de selección; necesito a alguien nuevo lo antes posible.

Normalmente no soy así de apurado. Siempre me he considerado bastante relajado, incluso cubro los puestos de mis empleados cuando es necesario. Pero con la nueva sucursal en Londres, todo se ha complicado más de lo que esperaba, y me he vuelto... controlador.

Odio esa palabra: control. Esa obsesión por supervisarlo todo y asegurarse de que cada detalle sea perfecto. Mata la diversión, destruye la magia de la improvisación. Y, sin embargo, aquí estoy, metido en ese mismo ciclo, y no me gusta nada.

Al llegar al bar elegante que tanto le gusta a Tom, nos acomodamos en una de las mesas mientras un mesero impecable se acerca para tomar la orden. Margot y Tom, sin perder tiempo, piden copas y una botella de champagne.

—¿No creen que es un poco exagerado? —les pregunto, levantando una ceja.

—Para nada —responde Tom sin pensarlo, mientras Margot solo se encoge de hombros con una sonrisa despreocupada.

Retorno al corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora