Su cabeza le dolía, le daba vueltas. La respiración era entrecortada, aquellas heridas dolían más que otras que había sentido; y era tanto el malestar, que su cerebro ya sólo se enfocaba en ellas. Los bambús de enfrente representaban un posible escondite, pero Rin la encontraría, su oído era superdotado, no tenía ninguna esperanza de salir de la Residencia con vida.
No entendía qué pasaba, su compatriota se había negado a atacarla siempre que se enfrentaban, sin embargo, esa vez era totalmente diferente, ya que recibió cortes limpios de katana por todos lados, incluso se atrevió a cortar su rostro, el cual se veía en su totalidad rojo, pues la sangre y el sudor se mezclaban para dar ese tétrico efecto.
No iba a negarlo, estaba muy nerviosa, y lo único que quería era salir de ahí, regresar a la fogata y olvidar ese trago amargo. Nunca quiso tomar ventaja de que la pequeña nipona fuera amable con su persona, incluso era un pesar para ella, le angustiaba saber que el Ente podía maltratarla de maneras inimaginables, siendo tortura de más después de lo que pasó en vida.
Trató de ir detrás de las enormes rocas, ansiosa por encontrar esa pequeña puerta de salida. A medida que el tiempo pasaba, y que recorría el lugar sin hallarla, su corazón iba a perforarle el pecho por lo fuerte y frenético que latía. Entonces la vio. Ahí estaba, a un lado de la enorme residencia. Yui sonrió esperanzada, tomando su segundo aliento para correr a donde salía ese humo negro; no quería saber más, ni siquiera de Rin, por un momento sólo quería escapar. Llegó y dio un ligero salto antes de acomodarse para entrar, pero una fría y filosa espada atravesó su pecho, empujándola con brusquedad hacia atrás, impidiéndole irse.
La katana se hundió hasta adentro y la atravesó. Pudo sentir el mango chocar contra su caja torácica, mientras ella gemía y se quejaba bruscamente, era un dolor agudo y paralizante, a pesar de que sus piernas comenzaron a temblar de manera involuntaria, primero como tics, luego subieron violentamente.
—Rin... —su atacante apareció, sonriendo de manera macabra, mostrando en totalidad sus dientes. Los ojos de la menor brillaban con mayor intensidad que antes, algo que no había notado—. Rin...
La azabache sacó ligeramente su espada, y la hundió otra vez con más brusquedad, sacándole un agudo y agonizante grito a Yui, que tapó el sonido húmedo de sus tripas siendo desgarradas. La castaña sintió líquido subir por su esófago, saliendo sin impedimento por la boca, tiñendo la mano azulada de su compatriota.
—Rin... por favor...
Llevó su mano hacia arriba, buscando hacer contacto con la mejilla contraria, aunque fuera una leve caricia... pero su atacante giró la katana un cuarto a la derecha, manteniéndola atravesada para así asegurarse de dañar sus órganos y vértebras, y que no hubiera vuelta atrás.
La corredora apretó los párpados con extrema fuerza, sucumbiendo ante espasmos violentos que la sacudieron de pies a cabeza, el dolor ya trascendía de lo físico, y una mínima parte cuerda de su cerebro se preguntaba porqué simplemente no moría.
Entonces la Espíritu retrajo el arma hasta que se hizo parte de su antebrazo, y la otra chica cayó al piso; primero sus rodillas recibieron el fuerte impacto, y luego se desplomó por completo.
Estaba agitada, aunque con una enorme satisfacción creciendo en su pecho. Se sentía llena de una alegría insana, como cuando alguien había cometido la mejor de las venganzas; y eso hizo. En frente estaba su padre, aquél hombre que le arrebató la vida a su madre de la manera más sádica y despiadada posible, y no conforme con eso, cercenó a su propia hija sin un ápice de misericordia. Pero era tiempo de ajustar cuentas, de cobrarse por lo que realizó contra la persona que más amó en el mundo, y a ella.