Capítulo 4

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¿Primera cita?

Vale, no me apetecía quedar con Henry, pero sí una pizza. No puede ser tan malo soportarlo unas horas, iría a su casa, comería de esa pizza y si se atrevía a insinuarme algo extraño, le rociaría con un spray de pimienta.

Pasar el resto de la tarde metida entre los libros de Historia de la clase del señor Rodolfo, no me apetecía, pero sabía que aprovecharía cualquiera error para descalificarme y no podía permitirlo.

En el fondo había hecho algunas teorías sobre porque no le agradaba:

1. No le agradaba ningún estudiante admitido mediante una beca de estudio.

2. Era alérgico a los extranjeros, aunque fueran legales.

3. Tenía que ver por lo que había pasado con Henry en el pasillo el día del examen.

De todas esas, la última era la que más ruido hacia en mi cabeza. Desde cuándo podía llegar un alumno con tanta autoridad a dar órdenes o amenazar indirectamente, pero sobre todo que un profesor obedeciera.

No le debió agradar que presenciara esa escena y ahora la estaba tomando conmigo. Put* Henry. Como si lo hubiera invocado mentalmente, apareció. Entro a la habitación que compartía con Sofía, como si fuera suya, pero ¿de dónde había sacado esa llave?

— Din don —pronunció como si de un timbre se tratará— ¿Estás lista? No, no lo estás.

— Sí, si lo estoy —señale mi pijama de pantalón largo y pullover junto a mis converse.

— ¿Piensas asistir a nuestra primera cita así? —¿Primera cita? ¿Se había fumado un porro o se golpeó la cabeza al subir?

— ¡No es una cita! —aclaré, como diría mi abuela, cuentas claras, asuntos claros—. Solo es una visita a tu casa, como amigos, con una pizza incluida.

— Una pizza, velas aromáticas, pétalos de rosa sobre mi cama y una botella de vino —lo miré como si le hubiera salido una segunda cabeza.

— No tengo ningún inconveniente en quedarme aquí y dejarte plantado —aclaré.

— No aguantas una broma.

— Cuando vienen de ti me cuesta diferenciarlas —confesé cruzándome de brazos—. Un tiempo compartiendo contigo y sabré diferenciar cuando estás de coña y cuando no.

— Mejor un café sin azúcar contigo y te conoceré mejor —pronunció lentamente acercándose—. Lo de un tiempo compartiendo me suena más serio, como si quisieras conocerme para tener una relación o ¿es eso lo que quieres, niña bonita? Porque si somos sinceros, yo sí lo deseo.

— Justo ahora estás de coña —punto para mí.

— No, justo ahora no estoy de coña —me dejo sin palabras, pero ¿cuándo me había quedado sin que responder yo?

Le sostuve la mirada un rato esperando que comenzará a reír y decir que si estaba de coña, pero no sucedió, tome mi bolsa con mis lleves y mi móvil dentro y salimos al pasillo.

— ¿Me prestas las llaves para cerrar? —pedí como escusa para arrebatárselas.

— No, tú tienes las tuyas —fue su respuesta.

— No puedes tener llaves de mi habitación, Henry.

— ¿Por qué no? Acaso las parejas no lo comparten todo.

— No somos parejas y no es correcto que tengas unas —aclaré sin pensar mucho en cuál sería su respuesta— ¿Qué pasará el día que entres y esté desnuda?

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