Capítulo 1: Tempestad.

517 72 15
                                    

La oscuridad es curiosa.

Si entrecierras un poco los ojos y te enfocas en las sombras puedes llegar a ver fantasmas rondando las paredes y desapareciendo entre los pasillos. Ahí, en las mazmorras inglesas me tocó ver todo tipo de almas en pena, desde hombres acusados injustamente, hasta ladrones y asesinos. Alguna que otra vez escuché jugar el lejano espectro de un niño pequeño, y en ocasiones el mismo Erick cruzaba los barrotes para tomarme las manos y darme fuerzas.

Fuerzas.

Eso era lo único que necesitaba para sobrevivir, y de eso iban a enterarse todos.

No fue el hecho de que me tuvieran retenida ahí abajo hasta finalizada la temporada de la boda real ni el asco con el que los guardias me llevaron con el servicio para que me pusieran presentable para ofrecer mis disculpas a la corte del rey Abraham, lo que me hizo caer en cuenta de que nadie de los que estaban ahí presentes respetaba el estatus en el que ahora me encontraba.

Aunque, ¿ese estatus cuál era?

¿Reina de Kinstom?

¿Reina... viuda?

¿Donde creía mi gente que estaba?

¿Pensarían que había muerto?

De lo único que tenía certeza era de que los planes de John estaban llegando justo a los lugares que él quería. Éramos piezas en su juego. Nos movía a su conveniencia. No teníamos voz, no ahora que él llevaba la corona. Mi corona. Y si algo me sobraba era rabia.

Rabia que se intensificó cuando las mujeres del servicio me asearon con muecas de desagrado y me vistieron con el atuendo más desaliñado que había visto jamás, de telas simples y sin chiste alguno, como si el fin de todo aquello fuera mantenerme escondida en las sombras.

—Nada de pertenencias personales—rugió sin piedad una de ellas mientras me arrancaba las pocas joyas que llevaba encima, entre ellas el anillo de bodas que me dio Erick.

—¡No, eso no!

Se me hizo un hueco en el corazón.

—Es una orden del rey.

—¡No tienen derecho!—pelee levantándome de la silla dispuesta a luchar por recuperarlo, pero la otra me tomó de los hombros y me volvió a sentar.

Mi cuerpo comenzó a hervir.

—Salgan todos.

Aquella voz le salvó la vida a esas pobres mujeres.

Para mi sorpresa me supo más familiar de lo que me hubiera esperado, y cuando el servicio salió de la habitación y volteé mi cabeza para mirar a Aline, con una ola de esperanza que me erizó la piel, limpiándome de todo malestar.

—¡Gracias a Dios!

Antes de darme cuenta ya había dado un salto en la silla y avanzado unos cuantos pasas grandes hasta lograr estrecharla entre mis brazos. Respire profundamente en su cuello, olía a miel y a esos panqueques glaseados que le encantaban. Tenía el cabello más corto, quizás unos cuántos centímetros abajo de los hombros y sus ojos color océano me regresaron al tiempo en el que ella era mi mejor amiga. Analice su rostro, y a diferencia del de Akira, él de Aline me dio consuelo.

—¿Estás bien?—volvió a estrecharme entre sus brazos.

—Espero que sí, ¿y tú?

—En lo que cabe—sonrió alejándome y tomándome de los hombros—. Escúchame bien, porque no tengo mucho tiempo.

Noté el ligero tono de alarma en su gesto.

—¿Qué sucede?

—Te llevarán con el rey Abraham.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 04 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La reina CondenadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora