Capítulo 14

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Nos encontrábamos en la cocina, una amplia estancia de la casa de campo, con sus azulejos blancos y una luz tenue que se filtraba por las cortinas semiabiertas. El aroma a especias y hierbas frescas flotaba en el aire, creando una atmósfera acogedora y familiar. Estábamos debatiendo qué cenaríamos esa noche.

—Yo opino que... deberíamos ordenar pizza —propuso el moreno cuyo nombre desconocía, con una sonrisa pícara.

—Una pizza tardaría más de dos horas en llegar a este lugar —reclamó Jordan con un ligero tono de fastidio, mirando por la ventana como si esperara ver al repartidor aparecer mágicamente en el horizonte.

Siempre tiene ese tono, Dios.

Klaus, que hasta ese momento había estado recostado en el sofá con un libro en la mano, decidió intervenir. Se levantó con elegancia y se acercó a nosotros, con una expresión de superioridad en el rostro.

—Por suerte, hace tres días vinieron a traer comida como para un mes. Por si no lo habían notado, imbéciles —anunció, con un tono de voz que dejaba claro que no estaba dispuesto a tolerar más discusiones.

Nos quedamos mirándolo, sorprendidos por su declaración. Habíamos pasado por alto por completo la provisión de comida que habían dejado hacía unos días. Nos sentimos un poco avergonzados por nuestra falta de atención, pero al mismo tiempo aliviados de tener una solución para nuestra cena.

—Entonces, ¿qué esperamos? ¡A cocinar se ha dicho! —exclamó el moreno, rompiendo la tensión y haciendo que todos nos echáramos a reír.

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El aire en la cocina se espesaba con cada movimiento de la espátula sobre la carne. Con la mirada fija en la parrilla, sentía el peso de las decisiones que me llevaron a estar ahí, cocinando hamburguesas para un grupo de personas entre las que apenas reconocía caras.

Diablos, pensé, mientras volteaba una de las jugosas hamburguesas. Diablos. Diablos. ¿Por qué acepté hacer esto?

La discusión sobre la cena había sido un torbellino de ideas y preferencias. Cada uno tenía su opinión sobre qué comer, hasta que, sin pensar, abrí mi bocota y ofrecí mi habilidad para preparar hamburguesas. Fue como si en ese momento el destino hubiera decidido que sería yo quien se encargaría de la cena.

Mientras me concentraba en la carne, una presencia detrás de mí me hizo sentir incómoda. Con un vistazo lateral, identifiqué a Klaus, observándome en silencio.

Los minutos pasaron, pero Klaus seguía allí, sin decir una palabra. Mi paciencia se desvanecía con cada segundo.

—¿Vas a ayudar o solo vas a quedarte ahí parado? —solté, sintiendo la irritación burbujeando dentro de mí.

Sin responder de inmediato, Klaus se arremangó el suéter y se sumergió en la tarea, hundiendo las manos en la carne moldeable.

—¿Por qué decidiste hacerlo sola? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio tenso que se había instalado entre nosotros.

Guardé un instante de silencio antes de responder, dejando que mis pensamientos se acomodaran.

—No lo sé... Supongo que quería demostrar que puedo hacerlo sola —confesé, con la voz cargada de vulnerabilidad.

Las palabras de Klaus resonaron en mi mente, recordándome que no estaba sola, a pesar de sentirme así desde que llegamos. La sensación de ser una extraña entre conocidos pesaba sobre mí, alimentando mi deseo de demostrar mi valía.

El ruido de la parrilla se convirtió en el telón de fondo de nuestra conversación, mientras Klaus y yo continuábamos trabajando juntos, compartiendo un momento de conexión en medio de la cocina caótica.

De regreso a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora