Camelia

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Quiero estar contigo,

 es tan simple y tan complicado como eso

Charles Bukowski


La habitación ardía con sofocante calor. Las camelias carmesís del papel tapiz estampado en las paredes eran las únicas testigos de la lujuria desmedida que se derrochaba en las sábanas azules. Los morbosos chapoteos de sus pieles chocando, el jadeante gemido que se escurría de los enrojecidos labios del blondo; quemándolos con los insistentes besos que devoraban su boca. Los gruñidos guturales que erizaba sus pieles y sacudía sus cuerpos con las mieles del orgasmo. Aun así, no era suficiente, nunca era suficiente; siempre necesitaba más.

Más de ese hombre con melena de oro y circones por ojos, brillando cual luna en la noche más oscura. El apacible mar de su mirada manipulaba y enredaba en sus redes a los pobres incautos que se atrevían a contemplarlo, arrastrándolos a un abismo de perdición y locura, pero también de intenso placer.

Y esa sonrisa, ¿cuántos corazones desarmó con ella? ¿Cuántas mentes trastornó con su cantarina risa, meliflua y dulce cual canto de sirena? Enloqueciéndolos, ahogándolos en el perpetuo deseo de escucharla para siempre aún si eso significaba la muerte.

Cook... —ronroneó Zoro, afianzando su agarre en la cadera del rubio, clavando sus uñas en su nívea piel en un desesperado intento por marcarlo, hacerlo de su propiedad. Sus amatistas contemplaban con deleite como su miembro entraba y salía con rapidez del trasero del joven, quien apoyaba sus manos y piernas sobre el colchón para mantenerse estable mientras era embestido de espaldas.

El peliverde sintió su tan ansiado clímax cerca y se abrazó al esbelto torso del blondo, delineándolo con sus manos hasta llegar a su erecto miembro; estrujando la punta y masajeándolo con tortuosa lentitud. Su cadera golpeó con insistencia ese punto oculto en Sanji y sonrió satisfecho al sentirlo temblar, retorciéndose por el éxtasis del orgasmo, apretando su entrada deliciosamente alrededor de su hombría.

Zoro le mordió la oreja y acarició su garganta, ansioso de escuchar su voz quebrada por el placer, aunque sabía que era imposible. El hinchado miembro de Ace era empujado en la boca de Sanji apenas permitiéndole respirar. El pelinegro solo lo retiró cuando vio al peliverde salir del interior del rubio y se quitaba el condón usado lanzándolo al cesto junto a la cama, acompañando a los demás de esa noche.

—Mi turno —jadeó Ace, recostando en la cama a Sanji y posicionándose sobre él. Un nuevo condón cubrió su virilidad y el deseoso gemido del rubio al ser penetrado taladró los oídos de Zoro.

Vinsmoke no tardó en rodear con sus brazos el cuello del pecoso, a la vez que su boca era ultrajada con pasión y su mirada hambrienta de deseo chocaba electrizante con los orbes negros de Ace.

«¿Desde cuándo me convertí en un observador durante nuestros tríos

Y de nuevo, Zoro se sentía fuera de aquella escena. Dos amantes que se fundían enamorados en un solo ser mientras él solo observaba. No tendría problema si el voyerismo fuera lo suyo, pero no era así.

No, incluso si lo fuera no se conformaría solo con observarlo; él quería más. Más de Sanji, más de su mirada, más de su sonrisa, más de su cuerpo, más de su piel. Él... también quería provocar ese brillante anhelo en los ojos del rubio y que solo aparecía cuando estaba con Ace.

Los gemidos y gruñidos de la pareja le indicaron al peliverde que terminaron. Zoro gateó sobre la cama hasta Sanji besando su boca, a la vez que su mano bajaba hasta su entrada hundiendo sus dedos en ella.

Only MineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora