Lycoris radiata

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"Me gustaría que seas mi primer amor, 

el único o el último o de ser posible,

que seas los tres."

Andres Ixtepan


Zoro abrió los ojos con pesadez y escupió una maldición por lo bajo al escuchar el traqueteo fuera de su habitación. Un resoplido exhausto salió de su boca y rodó en la cama. Se había entusiasmado demasiado con los ejercicios y ahora se sentía algo adolorido, pero refrescado y sobre todo de buen humor. Tendría a Sanji solo para él.

—Aunque solo coger no tiene gracia. Si pudiera hacer algo más... —musitó, tronando su cuello y estirando sus brazos. ¿Cocinar juntos? Sería un desastre y de seguro terminarían peleando. ¿Ver una película? Se dormiría al principio.

Se sentó en la cama bostezando cansado y miró el reloj sobre la cómoda marcando las 7:00 pm. Cayó como plomo sobre el colchón al llegar del gimnasio y su pequeña siesta se alargó más de lo que planeaba.

El olor de la carne con vegetales siendo sellada en el sartén perfumó la habitación del trigueño a través de la puerta entreabierta.

—Mierda, hubiera ordenado algo para que no cocinara —chasqueó la lengua rascando su cabeza—. Bueno, no tiene caso lamentarse ahora.

Se levantó de la cama de un salto rumbo a la puerta. Su buen humor parecía aumentar con cada paso, fue así hasta que escuchó la puerta de la entrada abrirse y cerrarse con fuerza.

—¿Ace? Bienvenido. Pensé que vendrías más tarde —saludó el rubio y Zoro lo maldijo con toda el alma pateando el suelo con fuerza. ¿Qué mierda hacia ahí? ¿No iba a trabajar hasta tarde? Se asomó por la abertura viendo al pecoso caminar hasta el rubio con su usual sonrisa.

—El jefe se sentía mal por hacerme trabajar hoy, así que me dejo ir antes. Me dará un día libre la próxima semana.

—Oh, bien por ti —felicitó, moviendo la sartén con destreza para saltear los vegetales—. Ve a tomar un baño, la cena estará lista pronto.

—¿Y Zoro?

—Me dijo que iba a ir al gimnasio, pero aún no regresa. Debió ir a otro lado, no debe tardar.

—Ya veo. Creo que es buen momento.

—¿Para qué? ¡Oye! ¿Qué haces, Ace? —protestó Sanji, cabreado, cuando el pecoso apagó la estufa, sujetó sus hombros y lo giró para encararlo.

—Necesitamos hablar. También tengo que hablarlo con Zoro, pero...necesito que me escuches primero. —La ansiedad y el nerviosismo en el semblante del pecoso alertó a Sanji y un ceño preocupado se marcó en su frente.

—¿Qué pasa?

—Sanji, quiero que dejemos de hacer esto.

—¿Eh? ¿A qué te refieres?

—A lo de los tríos. Ya no quiero hacerlo de nuevo.

El jadeo estupefacto que brotó de labios de Sanji dejó a Zoro sin respirar, al igual que la confesión de Ace. Una sonrisa victoriosa se instaló en el rostro de Roronoa y tuvo que cubrir su boca cuando las ganas de reír a carcajadas lo atacaron con violencia. Sus ojos se burlaron, socarrones, regodeándose de la mueca de pánico en la cara de Sanji. Su boca se abría y cerraba sin poder decir palabra, mirando al pelinegro con confusión.

«En tu cara, estúpido cocinero», se burló, triunfante. «Eso te pasa por fijarte en ese aparecido»

—¿P-por qué? ¿Por qué dices eso? —tartamudeó al fin el rubio, aferrando sus manos a la camiseta de Portgas, sintiendo la desesperanza invadirlo cada vez más—. ¿No te sientes satisfecho? Si quieres intentar algo diferente yo no tengo problema en probar o...

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