Apócrifos ☆

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El 15 de mayo de 2015, bajo un sol implacable en la ciudad de N.... fue levantado un joven de nombre Joshep
Longstreet. Obvio es decir que el levantamiento fue un gesto del ocultismo sectario para callar la voz incomoda que señaló con el mismo rigor y valentía los ajustes de cuentas y ejercicio sanguinario de quienes participan en este tipo de organizaciones apócrifas.

El cuerpo de Joshep fue captado por numerosas cámaras y pronto llegó a muchísimos lugares del mundo, en plena calle, muy cerca de donde se encontraban las oficinas del periódico en el que trabajaba y del cual fue fundador, Atr3ce, abatido, con su gato tan cerca de él como el dolor, su cuerpo explica, corrobora, que decir la verdad es un acto de justicia y también la posible firma de la sentencia de muerte.

Recojo en estos textos una serie de testimonios sobre un ser humano que ha secado todas sus lágrimas y aún en la más miserable de las condiciones escarba en la tierra seca para encontrarse nuevamente.

Tengo mucho que no tengo nada

Llorando, asido al abrazo de aquel joven blanco, le dijo, ahogando sus propias palabras: "Ayúdame, estoy desesperado. Necesito que me encierres. Me quieren matar".

El Rey temblaba. Su apodo no podía combatir con la piltrafa en que estaba convertido, en aquel 18 de mayo de 2010. El matón aquel, escolta de capos del narcotráfico, drogo, ladrón y asaltante, había sucumbido al miedo y ahora lo tenía ahí, postrado, moqueando como un niño. Vulnerable y desamparado.

Le estaba pidiendo a su amigo Charly que se lo llevara de ahí y lo encerrara en un centro de rehabilitación. Quería salvarse porque lo andaban buscando para matarlo. Quería curarse de su alcoholismo y su adicción a múltiples drogas.

Un día antes, un joven que conoce y que andaba en la clica —como se les llama a los grupos de delincuentes que forman parte del narcotrátifico— lo sorprendió tendido en la banqueta de su casa. Iba en una motocicleta. Le aceleraba y luego frenaba. Le pasaba cerca, aceleraba el motor haciéndolo rezongar. El mofle tosía con fuerza y prolongaba sus gemidos. Lo despertó el ruidazo. El tipo aquel le daba vueltas y él logró sentarse. Abrió los ojos, talló con sus manos pelo y rostro. No era fácil despertar luego de días de cerveza y cocaína.

"Hey, loco, aliviánate. Levántate cabrón y más vale que le eches ganas. Te andan buscando. Te busca el patrón. Dice que te quieren matar. Aliviánate porque si no te va a llevar la chingada. A la verga", recuerda El Rey que le dijo el matón aquel.

Se fue de ahí a toda marcha. Marcó el negro de las llantas en el pavimento y se perdió en el carrerío de la Juárez, muy cerca de Culiacán. Por eso se puso a llorar. Dejó la botella de cerveza a la mitad y se fue a buscar a Charly. Sabía que lo podía ayudar.

El Rey es moreno, de mediana estatura, pelo lacio y erecto. Corte tipo militar. Tiene unas diez marcas en la piel: de tatuajes y de heridas. Un tubazo que asoma y le hizo una partidura lateral izquierda en su cabeza, una navajazo entre ceja y ceja, donde nace la nariz, una fractura de muñeca izquierda que le dejó un hueso saltado, un balazo en la pierna derecha que le rozó la tibia, y varias cuchilladas en la panza, del lado izquierdo, que le marcaron la piel como zarpazos de león.

En apariencia anda rozando los treinta años y no tiene menos de veinticinco. De esos, unos doce, quizá, limpios: inocentes, del pecho de su madre a la cuna y de ahí a la calle, los amigos, el fútbol y el beis, de jugar a los trompos y las canicas. Y luego la escuela.

𝑺𝒐𝒍𝒐 𝑱𝒐𝒔𝒉𝒆𝒑 ★Donde viven las historias. Descúbrelo ahora