Capítulo único

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Sin rumbo fijo y acompañado tan sólo por su soledad, se dedicaba a viajar junto a ella y su nave por todo el espacio, tal como si fuese un astronauta —sólo que a su manera—, entre estrellas, planetas y otros tantos cuerpos celestes que reposaban en el vasto fondo negro. Había recorrido hasta los rincones más recónditos de la galaxia, encontrando numerosos planetas, lunas y flora y fauna alienígena, entre otras cosas, siendo la Luna el primer lugar que visitó —o el primero donde fue a parar, más bien—.

     Conoció civilizaciones alienígenas muy amables —y otras no tanto— y encontró criaturas naturales de cada planeta que había visitado, e incluso animales de su Planeta Tierra que se habían adaptado y evolucionado en base a las condiciones de aquellos biomas. Con menos frecuencia, se topaba con humanos. La mayoría estaban igual o incluso más solos que él, y eso ya era mucho decir. Logró entablar amistad con un muchachito bien parecido. Reía cada vez que recordaba que empezaron con el pie izquierdo, cuando este último le apuntó con un báculo ni bien él había puesto un pie en el planeta ajeno.

     Logró divisar planetas pequeños, anotándolos en su lista mental de lugares por visitar. Uno de tamaño mediano llamó particularmente su atención; franjas de color rosa y un naranja terroso se intercalaban, con varias pintitas de verde menta. Lo rodeaba un aura blanca muy brillante, haciéndolo resaltar aún más. Había visto planetas con apariencias llamativas, pero hasta la fecha, el que tenía ante sus ojos era el más peculiar que había encontrado.

     Maniobró un poco más hasta que logró aterrizar de forma segura. Desabrochó su cinturón, abrió la cúpula y pisó tierra firme. Contempló con detenimiento el paisaje ante sus ojos. El suelo bajo sus pies era sólido y de un rosa viejo, con una especie de arenilla naranja y marrón que se enterraba en la suela de sus zapatos; la vegetación era una hierba no muy alta en distintos tonos de verde, casi fusionándose con los árboles. Algunos de ellos poseían troncos en un rosa palo, mientras que otros eran de diversos tonos de, nuevamente, naranja. Pensó si habría otra gama de colores, topándose con las ramas de los árboles, siendo estas de color magenta. Le recordaron a un sauce llorón al estar caídas, rozando el suelo debido a la gran altura desde la que comenzaban.

     Siguió caminando, encontrando algunos arbustos con bayas, guardándose algunas en el bolsillo externo de un bolso que cargaba consigo, con la precaución de no comerlas al no saber si eran venenosas. Logró percibir un poco de humedad en el ambiente mientras trazaba su camino, por lo que se quitó la chaqueta negra que llevaba puesta y la ató alrededor de su cintura.

     Un toque en el tobillo detuvo su andar. Sintió algo mullido, similar a una almohada de plumas. Bajó la mirada, encontrándose con una criatura pequeña y ovalada de orejas alargadas, similar a un conejo, sólo que de color rosa chicle. Aquel color comenzaba a saturar un poco sus ojos, pero no era una gran molestia. Se agachó y acarició su cabeza, notando su textura que relacionó a un malvavisco. Aquello le causó gracia y leve ternura.

   —¿Cómo te llamas, amiguito? ¿Eres de aquí? —siguió acariciando su cabeza. El conejito —pensó que se trataba de conejos adaptados— lo miró con curiosidad, parpadeando varias veces y soltando soniditos agudos. Sus ojos eran como dos canicas negras, casi caricaturesco. Sonrió en un acto reflejo de su agrado hacia aquella criaturita tan amable, quien ahora pegaba saltitos, siendo esta su forma de movilizarse. Siguió al conejo, quien lo guiaba en línea recta y señalaba el camino con sus orejas.

     Comenzó a oír chillidos que se intensificaban a medida que avanzaba, hasta que llegó hasta un lugar similar al anterior, solo que en este había una camada grande de conejitos iguales al que encontró. Su amiguito se mezcló con el resto, recibiendo de otro conejo lo que parecían ser bayas. Sacó las bayas de su bolsillo, viendo que eran iguales a las que las criaturas consumían, corroborando que no eran venenosas; así podría aplacar su hambre. Se llevó una a la boca, percibiendo un sabor dulce y agradable, como a una cereza. Siguió caminando en línea recta, esquivando algunos conejos y comiendo las bayas que aún conservaba.

alone together | hananeneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora