La oscuridad envolvía mi habitación cuando comencé a recordar la pesadilla que me había atormentado esa noche. Todo empezó con una discusión acalorada con mi hermano mayor. Las palabras se volvieron afiladas, cortantes, y en un instante la violencia estalló. Golpes, sangre, gritos desgarradores resonaban en la habitación mientras mi padre observaba impasible.
La rabia me consumía, un calor intenso recorría todo mi cuerpo a medida que los golpes seguían cayendo. Mi hermano y yo, en una danza macabra de destrucción mutua. No podía controlar la furia que brotaba de lo más oscuro de mi ser.
Y entonces, vi esa sonrisa burlona en el rostro de mi hermano. Algo dentro de mí se rompió en ese momento. Lancé un golpe final, uno tan potente que parecía desafiar las leyes mismas de la realidad. Un golpe que lo dejó inerte en el suelo, mientras su sangre empezaba a brotar como un río desbocado.
El miedo se apoderó de mí al ver cómo su cuerpo se descomponía frente a mis ojos. Su piel cambiaba, sus rasgos desaparecían bajo una máscara grotesca. El cuarto se inundaba de sangre, un mar carmesí que amenazaba con ahogarme.
Me lancé hacia él, intentando abrazarlo, intentando hacer algo para detener esa pesadilla cruel. Pero era demasiado tarde. Su cuerpo se partió en dos con un crujido horrible, sus órganos cayendo al vacío.
Mi padre me miraba con ojos fríos y vacíos mientras susurraba esas palabras cortantes: "lo has matado". Un grito desgarrador salió de lo más profundo de mi ser mientras la culpa y el horror me devoraban por completo.
Y así terminó mi pesadilla, envuelto en sudor frío y temblando como una hoja en el viento. Pero aun al despertar sabía que las sombras de aquella noche macabra seguirían acechándome cada vez que cerrara los ojos nuevamente en todo el día.
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Relatando mis pesadillas: Relatos sádicos de una mente turbia
TerrorRelatando mis pesadillas.