Pequeña gran responsabilidad

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     Mimosa se revolcó entre el pelaje de mi pata y, rodando me dió caricias como la criatura más feliz del planeta

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     Mimosa se revolcó entre el pelaje de mi pata y, rodando me dió caricias como la criatura más feliz del planeta. Yo era ese milagro que ella anhelaba, su salvación a una existencia sedentaria, sin jamás poder moverse más allá de sus limitaciones. Nunca antes me había sentido tan importante para alguien.
     La ternura me impulsó a llevar mi dedo hasta ella, con delicadeza, lo froté en su barriga. Al parecer podía hacerle cosquillas, no sabia que eso era posible para una oruga. Me sorprendió tanto que no tardé en hacerlo de nuevo, cosa que la hizo rodar en regocijo mientras soltaba unos chillidos extraños pero muy graciosos.
     Estoy seguro de que esa fue la primera vez que se rió en la vida, era deducible cuando me fijé en la expresión que puso unos segundos después de detenerme. Al recuperar el aire, se tomó su tiempo para procesar lo ocurrido. Luego, me sonrió de una manera muy cariñosa, riendo todavía. Su ternura me era tan sorprendente que mi cola no cesaba de bailar con lentitud.
     Después de ver aquello, no aguanté en acercar mi dedo para acariciarla nuevamente, esta vez, en señal de afecto. Ella me correspondió con un cariñoso abrazo, entendí que le gustaba la suavidad de mi pelaje. Así fue como nació nuestra amistad.
     —¡Oh, que maravilla muchacho! —festejó Saturno con las alas extendidas—. ¡Estoy tan feliz de que se lleven bien, no cabe duda de que serán buenos amigos!
     —Si, ella es muy divertida. Me caes muy bien, Mimosa.
     Al escuchar esas palabras, ocultó sus ojitos por debajo de aquella capucha que vestía. Las orugas de polillas, a diferencia de las mariposas, suelen llevar una ornamenta en la cabeza para protegerse del sol. Pienso que también fue el primer halago que recibió.
     Era tan tierna, mi urgencia de saber más acerca de ella crecía con cada nueva sensación. En mi mente  solo había una meta clara: «Tengo que ser el mejor amigo que Mimosa pueda tener».
     —¡Señor Saturno, enséñeme a cuidarla! No sé como empezar, ¿qué tengo que hacer? ¿Qué tiene que comer? ¿Qué necesita para estar cómoda? ¡Tengo que saberlo todo, por favor!
     —¡Ooooh, vaya! ¡Claro que sí, Felipe mio! —exclamó, frotándome las orejas—. ¡Estoy seguro de que podrás cuidarla muy bien si aprendes lo básico, se qué no será difícil para tí!
     —¡Para nada, haré cualquier cosa por Mimosa!
     —¡Bien, me gusta esa actitud! En cuanto a ti, damita, tú también debes ayudar a Felipe con esta tarea —le sacó una risa al tocarla con su pluma—. Están juntos en esto. Él es solo un gatito, así que debes ser paciente y estar dispuesta a guiarlo de la mejor manera en su amistad, ¿puedes hacer eso?
     Ella, juntando las manitas, volteó hacía mí por un instante. Aún estaba ansiosa por el golpe de nuevas emociones que estaba experimentando; pero se mostró decidida, me hizo saberlo al regalarme una sonrisa, mil cosas podía expresarme sin siquiera poder hablar. Solo puedo afirmar que eso me dió toda la seguridad que necesitaba, en serio que esta oruga me estaba encantando.
     Mimosa, levantando las patas, respondió afirmativamente a la pregunta.
     —Excelente, pequeña dama. Dicho todo esto, ¡La clase empieza ahora! —el buitre se levantó con unos aleteos—. Primero, te enseñaré lo que necesita comer, es lo más importante. Acompañame.
     Nos acercamos a ese árbol con hojas azuladas y frutos fulgurantes de donde Mimosa se arrojó. Resplandecía más gracias a los destellos dorados que lo adornaban, como todo lo demás en el Jardín.
     —Felipe, ¿Sabés que clase de árbol es éste?
     —¡Si, es uno de moras!
     —¡Estás en lo correcto! Es fundamental que lo sepas, porque es la fuente de alimento principal de un gusano de seda. Sus hojas tienen todos los nutrientes necesarios para que Mimosa se desarrolle correctamente, por eso tienes que ocuparte de darle solamente éstas. Muy sencillo, ¿Verdad?
     —Solo debe comer hojas de un árbol de moras... ¡Si, entiendo! —justo después recordé algo que quería—. ¡Ah! ¡Mi cuaderno, tengo que anotar esto, pero hoy no traje mi mochila!
     —Calma, calma, mi Felipe. No te apresures, te anotaré todo lo que sea importante más tarde. Aguarda un segundo...
     El señor Saturno fue volando hasta su casa, Mimosa se asustó tanto por eso que casi se me cae de las manos. Imagínate ver un animal cien veces más grande que tú desplegando unas alas aún más extensas, eso es lo que Mimosa presenció; para ella, ser tan chiquita hace que todo lo demás sea absurdamente grande. Ser un bicho suena muy genial si lo pienso asi.
     De nuevo, mientras esperamos a Saturno, esa traviesa me pidió más cosquillas. Y así estuvimos hasta que escuchamos el aleteo del viejo, había vuelto con un canasto de hojas.
     —Presta atención, Felipe. Estas son hojas que he secado en la sombra. Nunca se las des si están sucias o humedas, pueden hacerla enfermar y eso es muy peligroso. Mimosa tiene un estómago delicado, por eso te pido que pienses en tí mismo como su chef personal. Tu deber es ofrecerle la mejor comida. ¿Entendiste?
     Escuchar esa lección hizo que mi boca tragara saliva, fue un gran peso saber que no podía tomarme esto a la ligera. Sin embargo, jamás tuve esa intención desde el principio. Con mucha disposición, le asentí firmemente.
     —Perfecto. Sé que podrás cumplir esta petición, además, seguramente que Mimosa te hará recordarlo. Tu damisela tiene pinta de ser exigente con su comida —ella no le prestaba atención, estaba mirando con deleite a su jugoso alimento—. Vaya, parece que tiene hambre. Puede que no haya comido mucho de tanto arrastrarse por ahí. Mira hijo, tienes que cortar las hojas en pequeñas tiras. Ten, dale esta.
     Sin entender muy bien, le ofrecí cuidadosamente la comida. Desesperada, Mimosa extendió sus manitas a la tira y comenzó a devorarla como si fuera un sándwich. Me quede absorto al observarla comer tan a gusto, aún con esa boca tan chiquita que tenía, era capaz de comer cantidades desproporcionadas.
     —Mimosa apenas está en su primera fase de crecimiento —dijo Saturno—, su tamaño es muy chico como para darle las hojas enteras. Por el momento, concentrate en darle porciones a su medida.
     —Vaya, eso se ve más comodo para ella, ¡es muy fácil!
     —Bien, eso espero. Ahora sigamos con lo segundo más importante que debes aprender —dio un giro, cambiando a un tono ligeramente más serio—. Felipe, para cuidar a Mimosa de la mejor manera, tienes que saber que ella no debe estar expuesta a la luz directa del sol. Si quieres llevarla de aventuras, tu prioridad es mantenerla bajo la sombra.
     Cuando escuché eso, enseguida acerqué a mi amiga al pecho. El miedo me hizo recordar justamente, que acababa de cometer ese pequeño error. Incluso revisé a Mimosa, creyendo que se había quemado como un vampiro.
     —Descuida muchacho, solo fue un poquito, no le hará nada. —regresó para reirse, en verdad te gustaba asustarme de vez en cuando, pajaro loco— Pero lo mejor sería que la mantengas fuera de su alcance lo más que puedas. Por eso tenía que llevarlos bajo estas hojas. No creo que para tí sea tan difícil protegerla de la luz solar, la Jungla está llena de árboles. Estará a salvo contigo.
     —Sí... creo que sí —suspiré aliviado, sonriéndole a Mimosa después—. Eso tampoco es difícil señor Saturno, ¡Sé que puedo hacerlo!
     —Yo también lo creo, me alegra que hayas entendido lo segundo.
     Él nos echó un vistazo momentáneo antes de continuar.
     —Ahora que lo he pensado bien puedo decirte la tercera consigna que debes de tener en cuenta. Fijate bien en como tienes a Mimosa, no podrás llevarla todo el tiempo en tus patas así nada más.
     —¡Ah! Tiene razón, no estará segura. Puede resbalarse, encima como es tan chiquita se me puede perder. ¿Qué pasa si llueve de repente? Se va a mojar toda. Tengo que darle una... ¡Una casa!
     —¡Perfecto, querido Felipe! Eso sería muy util para ambos.
     Mimosa nos observaba al masticar su banquete. La idea le gustó mucho también, ¿pero qué cosa podría usar como su medio de transporte?
     —¿Qué te gustaría, Mimosa? —ella lo pensó un momento, pero luego se encogió de hombros. Creo que el hecho de nunca haber tenido una casa antes le hizo difícil encontrar una respuesta—. Veamos... quiere ver toda la Jungla, entonces tiene que ser algo que no le estorbe la vista. Unas ventanas grandes... ¿de cristal? —un brillante escarabajo de oro revoloteó sobre mi cabeza—. ¡No, un frasco! ¡Eso es perfecto!
     Abrasé a la pequeña y me reí de pensar en eso, se veria como un pequeño extraterrestre. Ella no terminó de entender la idea, porque nunca vió un recipiente antes; pero me sonreía con dulzura al verme feliz de encontrar la respuesta.
     —Señor Saturno, usted tiene muchos frascos, ¿tiene uno que pueda llevar?
     —¡Por supuesto! Ven, vayamos a buscar uno que le guste a tu amiga.

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⏰ Última actualización: Jun 02 ⏰

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